EL PAÍS DE LOS RÍOS PROFUNDOS Y LAS IMPONENTES MONTAÑAS: MI EXPERIENCIA DE MOVILIDAD EN PERÚ

Me probé como ser humano en todos los sentidos

Karla Mercedes Bernal Aguilar

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La movilidad académica es una gran opción para los universitarios, los beneficios son muchos, uno de los más llamativos es estudiar en universidades en las que descubrirás otras formas de conocimiento. En cuanto al ámbito personal, estás en la edad perfecta para descubrir otro país o países en modo mochilero y hacer amistades entrañables. 

Recientemente regresé de estudiar en Perú, mis planes iniciales apuntaban hacia Rumania, sin embargo, las circunstancias me dieron la opción de cursar un semestre en la Universidad César Vallejo.  Yo había conocido aquel país de la voz de José María Arguedas. Imponentes montañas, ríos profundos, una cultura ancestral en medio de la modernidad. Acepté sin dudarlo. Yo quería estar allí y ver con mis propios ojos aquello que sólo conocía mediante palabras.

En cuanto llegué a Lima noté la ausencia de las alpacas ¿dónde estaban las alpacas? Podía soportar un calor al que no estaba acostumbrada, sobrevivir al caos de una enorme ciudad, vivir con lo mínimo, pero que no hubiera alpacas me parecía imperdonable. Entonces aprendí. Lección número uno: las cosas nunca son como se imaginan; irse de movilidad no es perfecto. Debes aprender cosas básicas como mantenerte vivo por tu cuenta, hacer cosas de adulto, perder el último bus y arreglártelas para regresar a casa. Sin embargo, incluso las dificultades son experiencias. Lección número dos: aprendes que el mundo es mucho más grande y diverso de lo que podrías imaginar.

Dicen que Perú tiene una de las mejores gastronomías del mundo y pude comprobarlo. La primera vez que probé la chicha morada, agradecí mi existencia con todo mi ser. Esta es una bebida hecha de maíz morado, jugo de piña, manzana, canela y…  ¡uf!, perdónenme peruanos si erré en la receta. Qué decir del ceviche, lo comía en cada oportunidad que tenía. Yo no suelo comer postres a menudo, pero allá es imposible resistirse a las chocotejas, mazamorra morada, alfajores de maracuyá, picarones, chocolates con pecanas, suspiros limeños, turrones.

Salir de la ciudad y conocer la gastronomía local era una experiencia fascinante. Imagínense la siguiente escena: un pueblo pequeño, sin un diseño lineal, colores que quizá no combinaban entre sí; de fondo, los Andes: montañas de más de 4,000 metros. Enfrente de mí un caldo con mote (granos de maíz del tamaño de las ganas que tienes de no hacer la tesis), carne, verdura, y una señora que me cuenta un poco de su vida, intercalando, en ocasiones, palabras quechuas. Además, Perú es el país de las papas. ¡Más de 5,000 variedades, dicen! Yo no probé ni el 1%.

Viví en Lima, donde conocí gente maravillosa. Me probé como ser humano en todos los sentidos. Una amiga que había ido un año antes me dijo que aquel país la había humanizado; y en aquel momento no lo entendí, hasta que lo viví. En este sentido, tuve compañeros que festejaron mi cumpleaños cuando estuve lejos de casa. Conviví con peruanos, españoles, venezolanos, mexicanas del  norte, colombianas y alemanas que compartieron sus visiones del mundo conmigo, pláticas de madrugada, salidas, viajes y, a veces, hasta su hogar. Y de todos ellos aprender que existen muchas formas de pensar y vivir.

¿Cómo describirles aquella sensación que experimentaba cuando, rumbo a los Andes escuchaba los típicos huaynos y observaba maravillada los cielos azules, las altas montañas y los ríos que fluían entre las piedras? ¿Qué decirles de cuando llegué a Cusco y toqué las rocas lisas con las que los incas construyeron su ciudad? Cómo les explico mi nivel de anonadamiento al conocer lo que hicieron las culturas que habitaron el Perú hace miles de años, el viento, el azul del cielo que se fundía con el del lago Titicaca, los sabores,  la bella ciudad de Arequipa. Imposible enseñarles lo bonitas que son las alpacas y lo suaves que son. ¿De qué manera les muestro todas las sensaciones que me inundaron cuando vi al cóndor de los Andes volar sobre mí?

Irse a otro país no te cuesta cinco pesos y hay un montón de gastos que nunca tienes previstos. Los más grandes son el boleto de avión, el hospedaje y el seguro de viaje. Partí con una maleta, dos botellas de tequila, una salsa Valentina y mil pesos. ¿Cómo sobreviví? Ni yo sé. La universidad de destino me apoyaba con comida y hospedaje, pero nada más. Así que créanme, si yo pude sobrevivir, ustedes también.

Si tienen en mente irse de movilidad, no dejen todo al último. Esto incluye informarse sobre la  universidad a la que irán, el país, sus costumbres, cultura, clima, etcétera. Más importante aún, si ya decidieron hacer una estadía, comiencen  a contemplar el factor económico. No lo hagan un mes antes de su viaje. Atrévanse a vivir una de las experiencias que cambiará sus vidas.

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