Por: Jorge Gallarza
Imposible definir qué es la poesía, si algo nos ha enseñado nuestra formación académica, es saber que existen múltiples propuestas que intentan explicarnos el concepto, sin embargo, todas se acercan y se alejan de una verdad absoluta. Cada poeta concibe su universo, lo alimenta y proyecta entre sus textos, mismo que es heredado para ser cuestionado. La poesía está en constante evolución, no le pertenece a nadie, radica en todas las cosas. Es el medio donde confluyen la realidad y el sueño, la voz y el silencio.
Escribimos poesía porque nos duele el mundo, vivimos al servicio de las pasiones y los instantes. Nos condenamos a la ausencia o al encuentro, estrechamos la mano a los fantasmas que nos han carcomido y suplantado en el tiempo y el espacio. Escribir nos obsequia un nuevo rostro, otro nombre, la posibilidad de hacernos uno con la sombra, con la luz. El acto creador se da en la intimidad del alma y del espíritu. El poeta es un espejo.
Por otro lado, leemos poesía porque es un acto liberador, nos redime de nosotros mismos, nos despierta, amamos la vulnerabilidad de nuestra desnudez rendida ante la vida. Cuando leemos le pertenecemos al abismo, a las palabras. Somos los poemas que nos han herido y apasionado. Somos cómplices de la locura y la sensatez. Leer es un acto de revolución, es una invitación a despertar de la contaminación de la cotidianidad. Leer poesía es vivir la muerte una y otra vez hasta el cansancio para volver a empezar un día cualquiera.