Hablando de cultura. Sobre cultura y aislamiento social

por Lilián Arzate

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Es verdaderamente difícil tener la certeza de lo que deseamos hacer profesionalmente por el resto de nuestras vidas. Dichosos aquellos que desde la infancia sabían el camino que habrían de seguir. No obstante, ese no fue mi caso.  Desde niña, mis fantasías sobre cómo sería mi futuro divagaban entre una y otra cosa. Sucede que siempre he tenido apetito de hacer un centenar de cosas a la vez. 

Por tal razón, a mis veinticuatro años puedo contarte de mis experiencias en diversas áreas de estudio y de cómo, en muchos años, no logré sentirme complacida hasta que enderecé el camino de mi vida profesional para dedicar todos mis esfuerzos al arte y la cultura. También puedo pasar una tarde entera recordando todos los comentarios que me llovieron al tomar esa decisión, tales como: “y todo lo que has hecho, ¿lo vas a dejar para leer?”, “únicamente el 2% de los que se dedican al arte y la cultura pueden vivir de ello”, “los de artes y humanidades nunca tienen trabajo”, “¿eso para qué te va a servir?”, “ese camino no deja, te vas a arrepentir” o este último, “cómo crees, ¿tú en humanidades? No te hagas eso”. Y lo que puedo responder de esos cuestionamientos es que, aunque el primer impulso para dedicar tu vida profesional a las artes sea la pasión, el verdadero sentido de esta labor está en lograr despertar en los otros ese mismo impulso para acercarse a las manifestaciones artísticas y culturales de su contexto inmediato y del contexto en que se enmarca la historia de la humanidad.

Lo anterior me lleva a afirmar entonces que, decidir estudiar en alguna Facultad de Artes o Humanidades implica, incuestionablemente, un compromiso de trasladar el conocimiento adquirido a las demás disciplinas humanas. Y esa no es una tarea sencilla, requiere de paciencia, constancia, esfuerzo y entrega, puesto que hay que idear mil y un estrategias para lograr el objetivo, por lo tanto, el trabajo jamás se agota.

Los saberes sobre cultura y arte no competen exclusivamente a los estudiosos en el área, nosotros servimos sólo como un puente que es responsable de entrelazar estas nociones en el imaginario del colectivo humano.

Lo anterior, con el único fin de aportar al pleno desarrollo de la humanidad al mantener con vida lo que nos hace eso, humanos: el sentido de comunidad, las manifestaciones de la sensibilidad humana, las tradiciones, la historia, etc.

Y ahora, después de cuatro años de haber dado un giro a mi vida, puedo afirmar que no me arrepiento en absoluto y que no he conocido a mejores personas antes como las que se apasionan por hacer y difundir arte y cultura.

De este modo, después de un tiempo de dedicarme a la creación y a la divulgación cultural, se me ofreció este espacio para hablar sobre arte y cultura, aun con mi corta experiencia. No obstante, esta oportunidad me ha caído de maravilla para continuar adentrándome en este ámbito tan indispensable para el devenir de las sociedades.

Así, después de hablar un poco sobre la importancia de la cultura y del quehacer de quienes nos dedicamos a dicho ámbito, comencé a pensar en la situación de la cultura en esta dura temporada por la que toda la humanidad ha estado pasando: el distanciamiento social. También estuve pensando detenidamente en cuál sería la mejor manera de inaugurar este espacio. Mi conclusión fue que hablar sobre difusión cultural en abstracto iría en contra del propio quehacer.

Por tal razón, decidí realizar la primera entrada de este espacio desde uno de los centros culturales más importantes del Estado de México, el Centro Ceremonial Otomí (inaugurado en 1980), localizado en el municipio de Temoaya. Esto, con el único fin de inspirar mis reflexiones a partir de la impresionante panorámica que este parque estatal ofrece al público, a la vez que preserva las tradiciones de la cultura otomí.

Al llevar a cabo el recorrido, con todas las medidas sanitarias, pude darme cuenta de que incluso después de que nos vimos forzados a atender a las manifestaciones artísticas y culturales desde una pantalla, siempre existirá la necesidad de encontrarnos con tales de manera física, porque no hay como sentir el aire rozando tu rostro mientras contemplas de cerca, sin ningún artefacto de por medio, la magnitud de la construcción de piedra; la vegetación abrazando al lugar dedicado a la conservación de rituales sagrados o el asombro del público ávido de tacto al aproximarse a los enormes monumentos. Es decir, a pesar de que el sector cultural se vio en la necesidad de reinventar sus estrategias para hacer llegar el arte y la cultura a la sociedad al trasladar sus actividades a un soporte digital, nunca podrá igualarse la experiencia a través de una pantalla con la de estar en contacto directo con la obra artística o el espacio cultural en cuestión.

Aunque las medidas de distanciamiento social permanezcan en la sociedad por un largo tiempo, tengo la certeza de que en el ámbito cultural siempre existirá un público ansioso por vivir la cultura en carne propia y una producción artística que anhela el regreso de su público. Por eso, aunque las metodologías digitales para vivir tales manifestaciones se hayan reafirmado, dadas las circunstancias, nunca lograrán ser un soporte que supere a la manera remota de experimentar la vida cultural, aun con toda la tecnología existente.

Y al hablar de que no es posible mudarnos enteramente a los nuevos soportes para la divulgación cultural no lo hago con la única intención de romantizar el quehacer artístico sino porque, de hecho, no estamos preparados para ese traslado total.  Las razones son las mismas que podrían verse en el resto de los sectores de la sociedad que se vieron fuertemente afectados por las medidas tomadas debido a la pandemia por COVID-19.

Primero habría que recordar que esta situación nos tomó por sorpresa, incluso después de haber observado cómo afectaba a las primeras naciones perjudicadas. Por lo tanto, no solamente los artistas tuvieron que idear súbitamente maneras para continuar alimentando a la comunidad con su creación, sino todos los individuos involucrados en esta gran labor también se vieron en la necesidad de reinventarse. Y lo anterior, ya no por un apasionamiento hacia el arte sino por una necesidad mucho más profunda, la de sobrevivir. No obstante, no todos tuvieron la suerte de hallar nuevas formas para mantener con vida su trabajo puesto que muchas de las actividades que rodean a las grandes producciones culturales no están listas para la mutación. Dado entonces, quienes realizan dichas tareas se han visto seriamente afectados por la imposibilidad de transformar su labor. Y hago referencia a las actividades más básicas, las de montaje, construcción, ventas en taquillas, etc.

Por todo ello, tenemos la responsabilidad de preservar las manifestaciones culturales y artísticas al consumirlas en sus dos vertientes: la virtual y la física. Puesto que no sólo está en nuestras manos consumir por disfrute sino para apoyar a la economía de quienes dependen de todo el entretejido de las producciones culturales. De este modo, la importancia de la cultura va más allá del conocimiento estático, su papel en la sociedad es fundamental para la estabilidad de un complejo sector económico.

Para reafirmar esta idea, sólo tengo que echar un vistazo alrededor de este Centro Cultural que me ha acogido para lanzar estas reflexiones, porque no he dejado de ver a decenas de grupos que se pasean por el parque, hallando en su espacio puro un descanso del caos que aqueja al exterior. Y a pesar de que aún no percibo con normalidad el ver que todos usemos tapabocas, considero que incluso con estas nuevas necesidades, el arte y la cultura reanudarán sus actividades presenciales antes de que lo pensemos porque la sociedad tiene urgencia de volver a experimentarlas en carne viva. No es gratuito que, en los países en que el confinamiento comenzó a ir en desescalada, los boletos para los primeros conciertos u obras de teatro se agotarán casi al cien por ciento en las primeras horas de venta ¿Por qué? Porque aun cuando en la cuarentena se estuvieran ofreciendo obras de teatro exclusivas por streaming, tratando de mantener la experiencia única de una obra de teatro, nunca existirá comparación entre ser partícipe de una presentación en vivo a hacerlo a través de una fría pantalla que fractura la relación de los actores con el público. Lo anterior, sólo por dar un ejemplo.

Para terminar esta primera entrada, tengo que defender una vez más la permanencia de la experiencia directa con el arte y la cultura frente a la experiencia digital, al compararla con una relación física enfrentada a una que se lleva a cabo a través de videollamadas puesto que siempre dará mayor satisfacción la cercanía real, ya que la virtual sólo incrementa el hambre del contacto físico mas no lo suple; de la misma manera en que las decenas de opciones virtuales que tenemos para hacer recorridos por museos, para descargar libros digitales o para asistir a conciertos por streaming sólo aumentan nuestras ganas de volver a encontrarnos cara a cara con estas manifestaciones.

De este modo, estas escenas frente a mí, de la gente volviendo a los centros culturales, no sólo nutren las esperanzas de los variados agentes culturales, sino que también dan luz a quienes se hallan en la periferia de estas manifestaciones, porque la preservación de tales depende, indudablemente, de una constante corriente humana.

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