
Esto es algo que, como estudiantes de Literatura, escuchamos una y otra vez a lo largo de la carrera: los jóvenes no leen. Esta problemática nos impacta de lleno si consideramos que la docencia es una de las áreas laborales de mayor accesibilidad no solo para nosotros, sino para las humanidades en general. Cuando nuestra preparación concluye y empezamos a trabajar como profesores una presión gigantesca se cierne sobre nuestros hombros: ¿cómo demonios hacer que los estudiantes lean? Sin embargo, para un servidor, otra pregunta debería pasar primero por nuestras mentes: ¿de verdad no leen?
Efectivamente, como cualquiera de mis compañeros podrá constatar, resulta muy extraño ver a un alumno de secundaria o preparatoria leyendo entre clases o en el receso. Es todavía más raro verlo con un libro en las manos. No obstante, la lectura no se limita a la Literatura, por más que esta sentencia nos pueda parecer ridícula o, incluso, nos golpee un poco en el ego.
Cualquier docente puede darse cuenta, si se toma el tiempo necesario, de que todos los alumnos leen. En mayor o menor medida, con mejor o peor desempeño y mayor o menor afluencia. Pero, al final del día, todos y cada uno de ellos leen. He escuchado a muchos profesores decir que la crisis de la lectura es, en gran medida, culpa del internet y las redes sociales. Estos maestros no solo muestran una alarmante ignorancia al decir esto, sino que también dejan pasar una valiosa área de oportunidad en el camino al convertir al teléfono celular en el villano, en el Judas de la Literatura.
Mantengo lo que escribí hace dos párrafos: los alumnos leen. Ese no es el problema. El verdadero inconveniente es qué leen. Agrego otra sentencia: el teléfono celular no los hace leer menos, los hace leer más. La prueba fehaciente de esto es la actual moda de “hilos”, muy común en redes como Facebook y Twitter. Por si alguien no lo sabe, un “hilo” es una narración que hace una persona de un hecho extraño o gracioso que le haya ocurrido a él o a un cercano a través de redes sociales. Los temas son muy variados. Podemos ir desde “Abro hilo de cómo mi familia se enteró de que era gay por culpa del pavo de navidad” hasta llegar a “Abro hilo de cómo sobreviví a la mordida de una araña venenosa gracias al tequila”. Admitámoslo, a todos nos dan ganas de leer ambas historias.
Sin embargo, a nosotros como profesores, como profesionales de la Literatura, que nuestro trabajo es hacer que adolescentes lean La Ilíada o Pedro Páramo, nos debe interesar el porqué. ¿Por qué los jóvenes “se mueren” por leer esas historias de Twitter pero odian abrir un libro y pasar con él más de quince minutos?
Hipótesis hay muchas, todas perfectamente válidas. ¿Desconexión del estudiante con el libro en formato físico? Sí. ¿Falta de motivación apropiada por culpa del docente? Probablemente. ¿La falta de práctica de una actividad extensa y mentalmente demandante? Sin lugar a dudas. No obstantes, la razón número uno, al menos para un servidor, es el interés.
Seamos honestos, al joven no le interesa saber de un señor loco que leyó mucho y salió a combatir monstruos, pero claro que le interesa enterarse de la increíble historia de un tipo que se salvó gracias a una borrachera. El problema con la Literatura es que el estudiante no logra identificar por qué ese texto puede interesarle. Y no es su culpa. El alumno busca, siempre, recibir algo a cambio. Invierto mi tiempo en una tarea y lo menos que pido es entretenimiento, suena bastante lógico la verdad.
En pocas palabras, el estudiante sí lee y lo seguirá haciendo toda su vida. Pero, leerá solo aquello que le parezca interesante. ¿Quién puede culparlo? Al final del día, “el interés tiene pies”. El problema que tenemos los profesores no es que el alumno lea o no, el problema es cómo hacer que lea lo que nosotros le decimos. ¿Cómo despertamos el interés de un adolescente por la Literatura? Eso, eso es tema para otro día.