
La literatura, como las artes, contribuye a la conformación de la cultura popular mucho más de lo que pensamos a primera instancia. A través de refranes, dichos, metáforas y anécdotas, por mencionar algunos, tanto obras como autores pueden manifestarse y perdurar por siglos y siglos. Sin embargo, ¿qué tanto se deforma el fenómeno literario cuando se introduce de lleno en la cultura popular? ¿Pierde o gana significación?
La historia nos la sabemos de “pí a pá”, ¿o no? Todos quieren una historia de amor como la de Romeo y Julieta, sin saber que duró tres días y provocó la muerte de varias personas. Muchos niños crecen soñando con vivir en las historias mágicas y maravillosas que nos ofrecen las películas de Disney, como La sirenita o Pinocho, hasta que leemos la historia “original”, por decirlo de algún modo, y descubrimos que son sangrientas, aterradoras, perturbadoras y dolorosas. Y la gente anhela conocer a un romántico, como Bécquer, sin pensar que les puede tocar uno como Lord Byron y ahí sí: ¡agárrense!
¿Por qué pasa esto? Fácil: cuando una obra literaria ingresa a la cultura popular pierde su significación original, o más bien, se resignifica. Uno de los ejemplos más claros de esto, y de mis eternos favoritos, es el fenómeno en que se convirtió Frankenstein. Esta maravillosa novela de la genial Mary Shelley, es más recordada por el monstruo, aunque la concepción que tiene la mayoría de la gente sea esta:

Cuando todos los que hemos leído la obra sabemos que sería mucho más parecido a las sensacionales ilustraciones de Jorge Aviña para una edición de Axial:

El primer monstruo, el que todos reconocen, pertenece a la película de 1931. La mayoría de gente lo asocia con el nombre de Frankenstein, cuando en realidad, era el médico que lo creó quien se llamaba así. Entre sus características más reconocibles estarían: pobreza lingüística e intelectual, poca capacidad motriz y miedo al fuego. Una vez más, los que hemos leído la obra sabemos que es todo lo contrario.
Cuando el monstruo se salió del libro e ingresó a la cultura popular perdió un poco de sí mismo, de su esencia. Es una modificación natural que sufre todo lo que perdura (para más información del tema, recomiendo mucho consultar el libro El arte de perdurar, de Hugo Hiriart). Y sin importar qué tanto nos esforcemos en preservar la imagen original del monstruo, la gente nunca soltará la concepción popularizada que tienen de la bestia.
Pero, ¡ey! Esto tampoco está mal. Es el “pequeño” precio que se debe pagar por la inmortalidad. Todas las grandes obras que han sobrevivido al paso de los años han sufrido esto. Desde la Ilíada hasta Pedro Páramo, y esto seguirá así. Si no mal recuerdo, era Borges quien decía que la Biblia y el Quijote son, a la vez, los libros más vendidos y los menos leídos.