
A medida que la tecnología avanza, y la globalización se expande todavía más, la vida cotidiana de las personas ha cambiado de forma abismal. Lo que hasta hace algunas décadas era un sueño “guajiro”, como las videollamadas ejemplificadas a la perfección en programas como Los Supersónicos, hoy es una realidad. Hemos normalizado tanto la tecnología que, en la actualidad, una gran parte de la población mundial no recuerda cómo era la vida antes de las computadoras o los celulares. Estamos, por otro lado, quienes tenemos nuestros primeros recuerdos de una computadora abriendo programas como Encarta, entre otros, y el router del internet que hacía ruidos raros mientras te conectabas. Pero ya me estoy saliendo del tema.
La literatura también ha sufrido estas modificaciones. Los géneros, las premiaciones y la forma de consumir el arte han cambiado. Una de las grandes interrogantes que nació con la explosión masiva de la tecnología y el internet, y que persiste hasta nuestros días, es: ¿qué pasará con el libro impreso? ¿Desaparecerá? En la opinión de un humilde servidor, no. Quizá sea mi forma arcaica de ver el mundo, no por nada mis amigos insisten en que tengo “alma de anciano”, pero no creo que jamás dejen de editarse e imprimirse libros. Simplemente, no lo veo pasando.
Vamos, no me malentiendan: todos hemos sido beneficiados por los PDF y los libros electrónicos. Como el estudiante que fui durante muchos años, mentiría si dijera que nunca tuve que leer un libro en ese formato. (Es más, para mis colegas literatos, ¿es posible pasar la carrera sin leer un libro en PDF? No creo). A veces, he de admitir, leer en la computadora o en el celular me permitía ahorrar valioso dinero para el camión o la fondita que, de otra forma, habría gastado en copias.
La tecnología ha vuelto más sencillo y accesible leer grandes obras que, si no fuera así, quizá jamás habría podido conocer. Aclarado este punto, bendita tecnología, pues, reitero mi idea: no creo que desaparezcan los libros impresos. La experiencia de leer un libro, mientras lo sostienes con las manos y pasas cada página con los dedos, es irremplazable.
Jean-Luc Nancy, filósofo francés, hablaba de “el tocar” del arte. De acuerdo con él, el objeto de arte literario toca a los cuerpos de formas distintas: más allá del contacto físico que establece con el ente lector, también lo “toca”, lo conmueve, lo lleva a los sentimientos. Al entrar en contacto con ese objeto de arte, con el artificio frente a sí, el lector adquiere una experiencia real distinta a aquella que tiene al pasar sus ojos frente a una pantalla y deslizar el mouse por el archivo.
El olor del libro, ese sagrado aroma, el peso de las páginas, el tipo del papel, el color de las ilustraciones impresas, en resumen, cada aspecto que engloba la experiencia de leer en papel es única, y todo lector respetado sabrá dar veracidad a mis palabras. De nuevo, bendita sea la tecnología y su aporte invaluable a la preservación y difusión del arte. Pero nada vence al olor a libro nuevo, es como los Bulls de Jordan del 97, como Némesis en Resident Evil, o Sub-Zero de Mortal Kombat. Es, sencillamente, invaluable.