Pulgarcitos en el siglo XXI

 “El único acto intelectual auténtico es la invención”

Michel Serres

Por: Ximena Torrescano

¿Cómo comenzar este texto? Probablemente reconociendo que formo parte de una generación desquiciada y paradójica: la llamada generación Z. ¿Z? ¿De esquiZofrenia?, quizás… Formo parte de esta colectividad, pero al mismo tiempo, no logro comprender a cabalidad la manera en que está constituida. Es un mundo vuelto al revés. Por primera vez en la historia de la humanidad contamos con los medios y las posibilidades para desplegar el amplio abanico de las potencialidades humanas y, al mismo tiempo, no ha surgido nada digno de ser recordado de este mar de opciones.

Hace una semana, el padre sentenció lo siguiente para terminar el sermón dominical: “No hagan de nuestro Dios un Dios espectacular”. Al escuchar estas palabras me pregunté qué habría querido decir exactamente con semejante advertencia, pues, ¿no es evidente que hemos maquillado con los colores de la espectacularidad hasta a lo más sacro que otrora dotaba de sentido nuestro existir?

Este es el tipo de sociedad que me ha tocado habitar. Parece que soy una pulgarcita[1] más en medio de este conglomerado de individuos. Eso sí, estamos perfectamente individualizados, particularizados y cuadriculados en el inmenso y variopinto zoológico humano moderno. Todos cercados en celdillas virtuales pasamos los días exponiendo nuestros vicios y virtudes, los likes y dislikes que tenemos, el encanto o desencanto que le traemos al mundo. Creemos ser diferentes (auténticos, inclusive), genios de nuestra época espectacular, cuando en realidad lo único que hacemos es disolvernos y perdernos en medio de la masa y el murmullo incesante del vertiginoso océano digital.

Ya en el colmo de la fantasía, los pulgarcitos elevamos a la categoría de “histórico”, con nuestras diarias historias en Facebook e Instagram, a aquello que desde la entraña de la trivialidad refleja la vaciedad y el absurdo de nuestro día a día.    

Me causó casi repugnancia escuchar hace unos días a una pulgarcita decir lo siguiente: “Soy su follower, pues lo sigo todos los días en sus historias de Instagram, aunque parezca una stalker me divierte ver todo lo que hace”.

¡Cuántos neologismos absurdos!, ¡cuánta incesante vacuidad!, ¡cuánto lenguaje carente de sentido! Nótese nuevamente cómo se eleva a categoría de “histórico” a lo que ocurre de la manera más insignificante e intrascendente, como lo es ver a un par de pulgarcitos enamorados subiendo a las redes sociales, de manera bobalicona, el almuerzo que acaban de compartir juntos hace tan solamente un par de horas.

Pero así somos los pulgarcitos de la era digital: únicos en nuestra especie por carecer de racionalidad y por hacer notar al mundo las más grandes potencialidades que poseemos con el ágil movimiento de aquellos dedos bailarines.

Michel Serrés detecta atinadamente el posible fin de la era del saber sumando al conflicto las interrogantes: “¿Qué transmitir, a quién transmitir y cómo transmitirlo?” La paideia posmoderna no es otra cosa más que el acaparamiento de los medios virtuales que toman ahora la función de la enseñanza.

Los pulgarcitos (honestamente me ofende el apodo) ya no alcanzaremos a comprender el mundo en el que nos toca vivir, pues representamos un nuevo tipo de humanidad que vive con la cabeza despojada de su propio cuerpo. Por ende, vamos por la vida a ciegas cual zombies en medio de esos espacios virtuales objetivados per se. Nuestra cabeza está arrojada frente a nosotros y junto con la terrible burocratización de la vida, se nos despoja de los últimos resabios de humanidad que antaño poseíamos.

Nuestra época se caracteriza por el discurso vacío y la cháchara infinita. Las experiencias cotidianas, aquellas horas lentas de la vida en las que uno se daba el tiempo de reflexionar, han sido reemplazadas por la vertiginosidad de los tiempos del Internet. Ahora, ya no se ve a nadie con un libro bajo el brazo, pues es infinitamente más fácil hallarle con un smartphone ensartado en el culo.    

“Por primera vez en la historia, se puede oír la voz de todos. La palabra humana zumba por el espacio y el tiempo” sentencia Serrés; pero esta democratización de la palabra será nuestro cadalso y salvación. Más lo primero que lo segundo. El mundo ha cambiado tanto que no puedo ni imaginar lo que nos espera en los próximos años. Sin duda será preciso ¡reinventarlo todo!, y empezar desde cero con: la política, la educación, el entretenimiento y, ¿por qué no?, el propio ser humano.


[1] Diminutivo de pulgar. Apodo que tomo de Serrés y que el autor emplea para denominar a esta nueva generación que ocupa los pulgares y demás dedos para teclear en los computadores, dispositivos móviles y aparatos electrónicos que conforman la cotidianeidad del siglo XXI.

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