Por: Lilián Arzate
Estos últimos días me he cruzado con el mismo encabezado en la mayoría de los medios periodísticos toluqueños: “La primera librería de Toluca cierra sus puertas”. Ciertamente esta noticia, como seguramente a muchas y muchos más, ha tocado mi alma de una manera realmente punzante y dolorosa.
Tras leer el triste destino que pronto terminará con la historia de dicha librería, un pensamiento ha estado acechando mi mente: hay que conservar estos pequeños lugares que han aportado a la construcción de nuestra historia local. Es lamentable que nuestro poco patrimonio -porque sí, incluso estos pequeños y remotos lugares se convierten en parte de nuestro legado histórico- se vea en la necesidad de desaparecer debido a las circunstancias actuales. Paralelo a este pensamiento de preservación, nació también una nostalgia que no he logrado remover de mi sentir. He pensado profundamente en esta librería como un sitio vivo que, desde 1952, ha visto y escuchado el rumor de cientos de vidas e historias danzando alrededor de él. Pienso por ejemplo en mis abuelos conociéndose hace setenta años justo en esa zona en la que hoy podemos ver desaparecer esa librería: “La Ibáñez”, pionera en Toluca para llevar conocimiento a esa calmada y reducida ciudad que yo ya no conocí. Pienso en la muerte de mi abuelo, hace apenas unos meses, y en la muerte de esta librería como una muerte común, como la muerte de un pasado histórico que no verá más la luz en nuestro presente y tampoco en el futuro de los que nos siguen.
Lo cierto es que la comunidad de Toluca que hoy vemos sembró gran parte de sus raíces en esos lugares novedosos, en su momento, que a la distancia se han convertido en una porción más de nuestra historia. Por ello resulta desgarrador que se desmantelen, que terminen en remates y ofertas. La parte irónica de esto es que, sólo en estos momentos de ver cerca el final de algo, es cuando la revaloración de nuestras raíces se hace presente. Quiero decir que, sólo ahora que sabemos que esta librería cerrará es cuando comienza a abarrotarse de ciudadanos nostálgicos y ansiosos por adquirir un recuerdo literario del lugar. Lo cierto es que, esas mismas personas -en las cuales también me incluyo- son también las responsables del destino trágico de “La Ibáñez”. Lo anterior, porque para preservar la historia o, mejor dicho: el patrimonio – sea éste: tangible, intangible o mixto- hace falta un conjunto de actores que, entendiendo el valor de tal en la construcción de la identidad colectiva, participen activamente en la preservación benéfica y activa de esta clase de sitios con historia. Es decir, el cierre de la “Librería Ibáñez” se debe a la falta de clientes. Clientes que, de haber preferido adquirir sus libros en una librería familiar antes que en una de cadena, habrían ayudado a la supervivencia de este trozo histórico que hoy vemos desaparecer.

Pero, ¿por qué no hubo tal valoración de este lugar antes de que se anunciara su cierre? Seguramente hay más de una respuesta a este cuestionamiento, una de ellas la anoté ya. Sin embargo, me atrevo a señalar también la responsabilidad que las autoridades tienen en esta situación. Esto, puesto que son ellos quienes tienen la posibilidad y los recursos de desarrollar un plan de manejo adecuado para apoyar a la conservación de esta clase de sitios que, por sus años de vida y su participación activa en el devenir de una comunidad, pueden ser calificados como patrimonio, porque ese título lo otorga, antes que cualquier institución, el conjunto de personas que rodean dicho legado. En tal sentido, no existe duda de que “La Ibáñez” es considerada, junto con otros pequeños o grandes espacios toluqueños, como un lugar tradicional que habla de la vieja Toluca. Por lo tanto, al llevar en su propia historia la historia de una colectividad, esta librería sin duda puede ser catalogada como patrimonio. Además, incluso si tuviéramos que hacer una expediente técnico más exquisito de este lugar, para que pudiera ser considerado como un legado cultural -moderno, por supuesto- también podríamos hacer una valoración de la estética de este espacio, sin olvidar que lo que sin duda le otorga el título de patrimonio cultural es el haber nacido como la primera librería de la ciudad.
Ahora, en este punto de mi escritura me doy cuenta que a pesar de dedicar un espacio al tema, esto no supondrá nada para evitar la pronta muerte de un pedazo de nuestra historia. Únicamente me servirá de lección para no dejar que los pocos lugares que aún quedan, que hablan de la Toluca del siglo pasado, no acaben de la misma manera que “La Ibáñez”.
Por todo lo anterior, mis próximas entradas estarán dedicadas a escarbar en esos sitios con historia que todavía es posible ver en nuestra reducida, pero no insignificante, ciudad; esperando que esto ayude a su difusión y conservación dentro de la comunidad mexiquense. También, debo aprovechar este espacio para invitar a mis lectores a apoyar de igual manera esta tarea de preservación de todos esos lugares de los que sus abuelos y padres les han contado, aquellos lugares que recuerdan por su antigüedad y por el valor que tienen en la propia historia de sus familias. No olvidemos que está en nuestras manos mantener con vida esos pequeños trozos que cuentan más que su propia historia: la historia de nuestras historias.