
Hace unos cuantos días, mientras daba clase, una alumna me dijo unas palabras que todavía retumban en mi cabeza: “no entiendo cómo hay gente que puede emocionarse por un libro, o hasta llorar por uno”. A mis queridos lectores: tranquilos. Vayan hacia el botiquín de sus respectivos hogares, busquen la crema para las quemaduras y aplíquenla directamente sobre sus corazones. Cualquier otro remedio que les pueda servir, como abrazar su libro favorito o escuchar una canción que les traiga paz, es más que útil. Entiendo cómo se pueden sentir muchos de ustedes, pues, con total seguridad, fue lo mismo que yo experimenté al inicio, en cuanto la escuché decir eso. Pero, por favor, acompáñenme en este viaje, creo que todos podemos aprender algo de esta experiencia.
Empecemos aclarando puntos. En primer lugar, estoy seguro de que ella no lo dijo de forma sarcástica, burlona o hiriente. Eso me ayudó muchísimo a aliviar mi corazón de la “blasfemia” que recién había escuchado. La alumna, genuinamente, se preguntaba cómo es posible que a algunas personas el arte los conmueva a semejante nivel. Y, ¿por qué pregunta eso? Respuesta sencilla: porque nunca lo ha experimentado, así de simple.
Por lo tanto, de nada sirve sentirnos ofendidos o incrédulos al escuchar algo así. Como dije en otra entrada de esta columna, uno de los principales riesgos del conocimiento es “perder el piso”, cultivar nuestra arrogancia. Si vamos por la vida tildando de ignorantes, estúpidos, imbéciles, tontos o, incluso, como muggles a la gente que no lee, simplemente favorecemos el estereotipo negativo que se tiene hacia las personas que sí lo hacemos: que somos una bola de pretenciosos que se sienten superiores a los demás solo por leer.
Es necesario aclarar esto, y es severamente útil hacerlo las veces que sea necesario: ¡leer no te hace mejor al resto! No te hace especial, no te hace único ni le agrega un valor distinto a tu persona. Es más, en algún punto de nuestras vidas, también nosotros éramos ajenos a la lectura. Quiero que piensen: ¿cómo se habrían sentido si alguien los hubiera hecho menos por eso? Nada bien, ¿verdad? Ahora imagínate ese trato de la persona que te inspiró el amor a los libros. Mucho peor.
A sabiendas de ello, ¿cuál debe ser nuestra reacción, como predicadores de la lectura y sus beneficios, ante una persona que clama no tener gusto hacia los libros? Siendo honestos, creo que en ninguna en especial. Eso no lo hace un individuo de menor nivel que tú. Por lo tanto, no lo trates como a un bicho raro. Los únicos que van por la vida haciendo menos al resto de la gente para hacerse sentir mejor consigo mismos son las personas más patéticas del mundo… o los adolescentes. Pero de ellos se entiende, pues la edad tan crítica en la que están los obliga a buscar una identidad que les permita separarse del resto. Así ellos se aferran a cualquier actitud, pasatiempo, gusto, creencia o estilo que piensen que les ayude a ese objetivo, sin importar que todos los demás lo hagan o lo tengan. Ahora, que si ya tienes más de veinte años y sigues así, a ti ya no hay nada que te salve.
Pero, volviendo al tema, es importante dejar en claro que los no lectores son personas iguales a los lectores que pueden ser persuadidos o no hacia la lectura. Sin embargo, mucho de ello depende de la actitud que tengamos nosotros a la hora de hablar por primera vez sobre literatura. ¿Ya entiendes por qué no es bueno pensarlo, ni mucho menos tratarlo como un idiota? ¡Perfecto!
Ahora, una vez que yo entendí eso, mi objetivo con mi alumna fue hablarle de las bondades de la literatura y lo dichosos que podemos ser al estar con ella. Le conté, de forma breve, un poco de mi experiencia lectora y, acto seguido, le pregunté qué temas suelen interesarle en películas o series. Con base en eso, le recomendé unos cuantos títulos que, a mi parecer, le pueden ayudar a comenzar su aventura con los libros.
No obstante, esta terrible pregunta me ha estado rondando desde entonces: ¿qué pasa si jamás le gusta leer? Una vez más, este miedo está fundamentado desde la creencia de que una persona lectora es superior a una que no lo es. ¡Falso! Si no le gusta leer, será como cualquier otro individuo en el mundo. Se perderá muchas aventuras y no tendrá pasión por un arte que es absolutamente maravilloso, sí. Pero, con toda seguridad, las experimentará con otra actividad y sentirá esa pasión por cualquier otra cosa. Repítanselo como mantra: ¡no tiene nada de malo que a alguien no le guste leer!
Por lo tanto, a la hora de pensar en esa clase de personas, no vale usar expresiones como “la miel no fue hecha para el hocico de los puercos”, o “por eso X o Y país está como está”. En lo absoluto. Es más, si tú eres lector y usas esas frases para referirte a los que no concuerdan contigo eres todavía peor. Porque tú ya has tenido acceso al conocimiento, a la reflexión, y no los usas adecuadamente. Solo lo aprovechas para empoderarte en función de someter al resto. ¿Quieres saber quién más hacía eso? El resto de personas alrededor de la historia que tienen, verdaderamente, al mundo tan dañado como está en la actualidad.
En resumen, si encuentras a una persona que nunca haya leído tienes “de dos sopas”: si le interesa la lectura, recomiéndale algunos de los libros que creas que pueden servirle y gustarle, en función de sus preferencias; si no le interesa, déjalo ir y no te atormentes al respecto. El mundo está lleno de gente diversa con gustos distintos. Mientras los pasatiempos e intereses de alguien no te afecten a ti o a un tercero, déjalos en paz. Que cada quien sea feliz con lo que guste.