Por: Rafael Mazón
En su primera novela titulada El retrato del artista adolescente, publicada en forma de libro en mil novecientos dieciséis, uno de los novelistas más importantes de la historia de la literatura universal, el irlandés James Joyce, construye una preciosa obra en la vemos fraguarse paulatinamente el alma artística. Desde el momento de su publicación, la crítica literaria la ha enmarcado dentro de la tradición narrativa de la “bildungsroman”, junto con otras obras como Demian de Hermann Hesse, Rojo y negro de Stendhal, El gran Meaulness de Alain Fournier o La montaña mágica de Thomas Mann. Este concepto teórico alemán puede ser traducido como “novela de aprendizaje” o “novela de desarrollo”. En este tipo de novelas, nos encontramos ante el progresivo crecimiento de un personaje, mientras se enfrenta a diversos obstáculos, de los cuales va adquiriendo experiencia o conocimiento a lo largo de las etapas de la vida, como la infancia, la adolescencia y la adultez.
Más exacto sería ubicar esta obra de Joyce bajo el concepto teórico de la “künstlerroman”, que alude o designa a las novelas centradas en la figura del artista, en su respectiva evolución, desarrollo y destino, por ejemplo El placer de Gabriele D´Annunzio o Doktor Faustus de Thomas Mann. La novela de Joyce nos narra la historia de Stephen Dedalus, un muchacho de la burguesía irlandesa católica, desde la infancia hasta su etapa universitaria, mientras busca desesperadamente encontrarse a sí mismo. El apellido del protagonista hace referencia a Dédalo, figura de la mitología griega, el artesano y arquitecto de los dioses. Dividida en cinco capítulos, el texto muestra el lento descubrimiento del arte que todo artista lleva, de manera innata, en su oscuro interior.
El texto canónico de La Enciclopedia Británica define esta obra de Joyce como “la más grande novela de aprendizaje en lengua inglesa de la historia de la literatura”. Merecidas palabras mayores para un texto de tan tremenda belleza estilística, de tan sólida construcción narrativa y de tan honda filosofía. En cada uno de los cinco episodios distintos del texto nos topamos ante una determinada etapa en la juventud de Stephen: en el primer capítulo vemos la infancia del personaje, viviendo lejos de la casa familiar en un internado católico, rodeado de tiránicos sacerdotes y profesores, realizando sus primeras relaciones con los demás niños, todo empañado por recuerdos nostálgicos e inocentes del hogar, de la familia; durante el segundo capítulo observamos a Stephen enfrentarse a la ruina económica de su familia, con todas las circunstancias que esto conlleva, como la mudanza a Dublín o el ingreso a otro nuevo colegio de jesuitas, así como la llegada de la adolescencia, la sexualidad, el amor y los deseos carnales que desbordan a Dedalus, o también sus primeras incursiones en la creación literaria, sin tener una vocación artística todavía definida; el tercer episodio inicia con la nueva afición a las prostitutas de Stephen, lo que lo hace entrar en crisis espiritual pues el férreo catolicismo en el cual fue educado choca, violentamente, con su novedosa pasión; en el cuarto capítulo, el protagonista de Joyce se convierte a una frenética y absurda devoción católica, casi como si fuese un juvenil santo, hasta el instante en que vuelve a perder la fe, pero, al mismo tiempo, se encara con algo más sagrado y divino: la imagen poética; finalmente, Stephen se convierte en un joven poeta, solitario y rebelde, ajeno a su contexto histórico, al mismo tiempo que asiste a la universidad en el Trinity College de Dublín.
Hay un elemento en específico que nos hace estar plenamente de acuerdo con la afirmación de La Enciclopedia Británica: el estilo literario de la novela. Éste va cambiando, evolucionando y modificándose a la par que el alma del protagonista va creciendo, aprendiendo, descubriéndose a sí mismo: al inicio tenemos un estilo que nos evoca los balbuceos de un bebé, las primeras e infantiles frases de un niño; luego vienen los monólogos interiores, que reflejan los conflictos internos del personaje; en cierto momento, durante el sermón del padre Arnall sobre los horrores del infierno, el estilo se torna naturalista, realista, directo, duro, crudo, siniestro y explícito; al final, la poesía y la retórica desborda cada oración escrita por Joyce, ya que Dedalus ha encontrado la imagen poética de una manera increíblemente hermosa, todo enmarcado en una escolástica personal bien definida y clara, unida a la particular visión personal de Stephen. Este elemento, que anticipa de una manera más “digerible” y simplificada la posterior experimentación novelística del Ulysses y de Finnegan´s Wake, es lo que le otorga a esta corta novela toda su magia, su magnificencia y la vuelve un clásico de la literatura universal. No hay pecado más terrible en esta vida que pasar por ella sin leer este brillante diamante.