Por: Jorge Gallarza
Juan Rulfo es un autor que no necesita presentación, figura entre los grandes de la literatura mexicana y es un digno representante de nuestras letras en el resto del mundo. Su obra es breve pero fabulosa, El llano en llamas y Pedro Páramo se han vuelto lecturas indispensables para nuestra formación personal. Disfrutamos su narrativa por el tono coloquial, hallamos un discurso íntimo y amigable. Su prosa es incluso poética, la musicalidad que la construye nos invita muchas veces a pensar que estamos leyendo un poema antes que un cuento o una novela.
Hablar de este tema resulta interesante, descubrimos un aspecto poco valorado por la crítica. La poesía de Rulfo se camufla y se disuelve entre sus textos para darnos una experiencia lectora inigualable. Como ejemplo hay que citar los discursos de Pedro Páramo cuando habla sobre el gran amor de su vida que fue Susana San Juan:
A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo, estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras.
Había una luna grande en medio del mundo. Se me perdían los ojos mirándote. Los rayos de la luna filtrándose sobre tu cara. No me cansaba de ver esa aparición que eras tú. Suave, restregada de luna; tu boca abullonada, humedecida, irisada de estrellas; tu cuerpo transparentándose en el agua de la noche. Susana, Susana San Juan.

Juan Rulfo a través de Pedro Páramo ha concebido poemas preciosos, de carácter amoroso, con este hecho deja en claro que el protagonista de su novela no es el ser inhumano que la gran mayoría ha pintado sino todo lo contrario, nos regala a un ser sensible, lleno de ternura, sin embargo, la poesía va más allá, lejos de la ficción. Si indagamos en la vida personal del escritor vamos a encontrar otra gran evidencia del enorme potencial que tuvo para escribir poesía en las cartas que envió a Clara Aparicio, quien fue su compañera de vida. Estas misivas nos regalan a un Rulfo enamorado:
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye. Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor…
Hoy que vine de ti, sostenido a tu sombra, he mirado la noche.
He mirado las nubes en la noche como lágrimas alrededor de la luna clara; los árboles oscuros, las estrellas blancas.
Hoy he visto cómo por todos partes la noche era muy alta.
Y me detuve a mirarla como se detiene el que descansa.
Clara:
Hoy se murió el amor por un instante y creí que yo también agonizaba.
En el cáliz. En la aurora. Debajo del Septentrión más absoluto. Allí donde la soledad une a los hombres. Allí te amé. Allí encontré tu imagen. Allí te dije: ‘esto es lo que ha estado esperando mi esperanza”…Y me entregué. Dejé al fugitivo entre sus redes falsas. Me deshice de mi tiempo y de mi espacio. Creí en algo. Ya cuando la fe me había desamparado. Nadie podrá tocar tu nombre ni matar mi nombre. Nadie podrá mirarte sin herir mi corazón de amante. Nunca a nadie he querido como a Clara. Clara… única mujer. En mis angustias aliada a mi tristeza. Enjoyada en lágrimas. Derrotero de mis ansias. Cristiana sepultura de mis pobres huesos. ¡Clara! Te estoy gritando desde estos espacios muertos en que vivo. Vuelve tú, la que te fuiste incomprendida. ¡Vuelve! ¡Vuelve! Que el corazón que te ama sigue amante.
Intencional o no, Rulfo nos muestra su maestría en la poesía, aprendemos a mirarlo de manera distinta, deja de ser el tipo duro que aparentaba su persona y descubrimos en él a un hombre sencillo y a un escritor completo, inigualable. Abordar el tema amoroso no es tarea sencilla, sin embargo, Rulfo lo supo hacer bien, entre el discurso íntimo con Clara y la voz de sus personajes. Hubiera sido interesante y complaciente que también publicara poesía abiertamente. Leer a Juan Rulfo siempre es una revolución de emociones. Aquí encontramos un claro ejemplo que sostiene la idea de un buen narrador es un buen poeta y viceversa.