La clave para superar un bloqueo creativo

Por: Alex Haro

Qué precaria y frágil puede llegar a ser la labor del artista que, con una breve racha sin inspiración, todo su ser y sus creaciones parecen venirse abajo. Sin embargo, es una realidad que todos los seres humanos atravesamos malos momentos en el trabajo, “baches”, como se les conoce en mi querido México. Evidentemente, los escritores, pintores, actores, músicos y demás colegas no somos la excepción.

Ahora bien, ¿qué podemos hacer cuando se nos presenta una situación como esta, en la que no somos capaces de crear nada y, tan pronto como algo escapa de nuestras manos, nos resulta penoso, lamentable y patético?

De entrada, a mi parecer, tendríamos que analizar qué es la inspiración y cuánto impacto tiene en el proceso de la creación artística. Para mucha gente, la inspiración es el momento más importante para el artista; esa capacidad, de tintes sobrehumanos, que separa a los creadores del resto de personas y los convierte en seres supremos. Nadie duda de la inspiración tan grande que debieron haber tenido Miguel Ángel, Da Vinci, Sor Juana, Cervantes o el Bosco.

La gente suele pensar que todos estos grandes artistas, y muchos otros, sintieron arrebatos celestiales, fueron capaces de escuchar la voz divina de todas las deidades imaginables y que, a raíz de eso, lograron crear sus obras maestras. Parecería entonces que los artistas estamos a la expectativa de la aparición de aquella musa inspiradora que nos mueve a crear. Que los artistas, “simplemente”, somos aquellos con el oído apropiado y agudo para percibir esa voz celestial que nos dicta qué hacer y cómo realizarlo.

Sin embargo, ¿no les parece esta idea muy reduccionista?, ¿muy simplona? Parecería, de acuerdo con un servidor, que los artistas solo son, entonces, el canal entre los dioses y la realidad. Resultaría que son, nada más, el vehículo por el cual se transporta el arte. Siguiendo esa lógica, la Capilla Sixtina de Miguel Ángel es, tan solo, un “momento” de inspiración. Toda su labor de meses, y seguramente años, la reducimos a un simple y sencillo instante en el que él tuvo la suficiente suerte de recibir la visita de las musas. Podría pasarle a cualquiera, ¿no?

Pues no. La inspiración no es el elemento más importante en el proceso de creación artística. Ojo, si bien su papel es fundamental para los artistas, pues es ese instante de luz en medio de la oscuridad que les permite conectar dos puntos, en apariencia opuestos y contradictorios, para la conformación de una idea nueva y original, no basta por sí sola. La inspiración requiere, además, de muchísimo trabajo de por medio. Y eso es lo que separa a los Da Vinci, Miguel Ángel y demás de todos los seres humanos. Cualquiera puede sentir inspiración, claro, pero no todos sabemos qué hacer con ella.

Por lo tanto, ¿qué podemos hacer en esos momentos de sequía inspiracional donde parecemos no poder avanzar hacia ningún lado en la construcción artística? Simple: seguir trabajando. Alguna vez llegué a escuchar la frase: la inspiración te encuentra trabajando, y desde entonces he podido confirmar en innumerables ocasiones su veracidad. La disciplina es fundamental para los artistas.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué debemos seguir produciendo incluso en esos días “grises”? ¿No sería, más bien, un desperdicio de tiempo y de energías, pues nos desgastamos en una producción que resultará plana? No, en lo absoluto, todo lo contrario. Cualquiera puede ser un “artista profesional” en los tiempos de abundancia, cuando la inspiración está a tope y las obras parecen sucederse como “hilo de media”. No obstante, el verdadero reto de ser un artista profesional reside en serlo en los tiempos de “vacas flacas”. Esos días espantosos en los que no puedes escribir más de tres renglones sin detestarlos, sin que te parezcan horribles y miserables.

Seguir trabajando en esos días prepara al artista para los momentos en los que la inspiración se digne a volver. De tal forma, cuando esta musa haga su tan necesitada reaparición, el creador tendrá más herramientas, mejor trabajadas, para hacerle frente. Habrá pulido su prosa, tendrá afilada la pluma y desenvainados los versos, listo para acometer esta nueva empresa.

No por nada, los grandes escritores como Jorge Luis Borges decían que la única forma de aprender a escribir era haciéndolo. Precisamente, el trabajo diario y la constancia son el “gimnasio” al que debe acudir de forma periódica el artista para desarrollar sus músculos cerebrales. Requiere toda la práctica posible para volverse cada vez mejor.

Entonces, ¿qué hago si ya no sé cómo continuar mi poema, novela o cuento? ¡Dale la vuelta! Tómate un descanso de él. Pero no debes dejar de trabajar. Busca otro ejercicio en lo que la inspiración regresa: mejora tus habilidades para describir entornos, trabaja en tu realización de diálogos o busca reforzar tu capacidad de generar ambientes dramáticos, pero no dejes de trabajar.

De tal forma, cuando tu cerebro logre resolver el nudo tan enrevesado que tenía entre manos, con ayuda o no de las musas necesarias, estarás más preparado para sacarle todo el jugo posible a esos instantes de inspiración: ¡exprímela hasta la última gota! Al final del día, lo que separa a un pasatiempo de un trabajo, son las horas y el esfuerzo que le dedicamos todos los días. La inspiración no hace al artista, el trabajo y las ganas de crear sí.

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