La literatura en tiempos de crisis

Por: Alex Haro

Comencemos con una sentencia innegable: las artes, como todos los demás elementos que conforman la cultura, son un producto humano. Por lo tanto, se encuentran siempre a expensas de los cambios, temores, sueños, deseos, esperanzas, preocupaciones y transformaciones que sufre la sociedad. No por nada las grandes etapas humanas en las que separamos los siglos, como el Renacimiento, la Edad Media y demás, están marcadas por la aparición de corrientes artísticas muy específicas; dotadas con una serie de características precisas que perfilan y moldean no solo una perspectiva estética sobre la realidad, sino toda una visión del mundo.

Curiosamente, todas estas grandes “eras” están separadas gracias a momentos históricos tan importantes que colocaron a la sociedad en una crisis. Por ejemplo, mucho influyó el entonces llamado “Descubrimiento del Nuevo Mundo” para que comenzara el Renacimiento, pues el impacto que tuvo en la humanidad fue tal que llevo a todas las personas a una profunda reflexión de sí mismos y del universo que conocían. Es, precisamente, en esos tiempos de crisis cuando las artes parecen tener un desarrollo marcado, como si esos tiempos problemáticos fueran su mejor alimento.

Para muestra un botón. Veamos, por ejemplo, el caso de una de mis novelas favoritas: Frankenstein. Sin lugar a dudas, los románticos del siglo xix estaban en crisis o, cuando menos, así se sentían. Las sociedades europeas de finales del siglo xviii venían arrastrando consigo la idea del progreso científico como fin último del hombre. En otras palabras, para los ilustrados no había nada más importante que el conocimiento y, por lo tanto, el desarrollo científico era pieza angular para toda comunidad que quisiera considerarse “próspera”. Esa búsqueda del progreso era tal que, muchas veces, no se consideraban importantes las consecuencias negativas que esta pretensión pudiera originar.

Y ese es, justamente, una de las principales críticas que hace Frankenstein a la sociedad de su época: ¿se debe continuar con esta búsqueda del conocimiento científico sin ningún tipo de moral de por medio?, ¿qué problemas pueden desembocar a partir de este interés exacerbado? Si bien mucha gente debió haber considerado exagerada la preocupación de Shelley, estaba plenamente justificada. No pasaría ni un siglo de la publicación del libro, que en términos de historia mundial es muy poco tiempo, para que el mundo se aterrorizara ante las consecuencias negativas que la ciencia, sin moral de por medio, podía generar. Esos mismos avances que representaban, en teoría, la prosperidad para la humanidad, ahora eran usados para cometer asesinatos al por mayor.

Y, tan solo unas cuantas décadas después, estallaron dos “avances científicos” en ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, dando fin a uno de los genocidios más grandes en la historia de la humanidad. La promesa de la Ilustración se volvía cenizas a la misma velocidad a la cual desaparecían dos urbes llenas de personas… ¿Quién pudo habérselo imaginado? Mary Shelley, en 1818.

Ahora bien, no hace falta que la crisis sea mundial para que las artes se hagan presentes. Veamos qué ocurre a un nivel mucho más reducido, digamos en un solo país. Ninguna persona familiarizada con la historia de México podrá negar que la Revolución mexicana es un parteaguas en el desarrollo de este país. Y la enorme cantidad de literatura que generó es, tan solo, una prueba más de ello.

En Los de abajo podemos observar una dura crítica al movimiento a partir de la decepción de Demetrio Macías hacia el final de la obra, y eso que fue publicada mientras la lucha aún continuaba, en 1915. Más tarde, casi treinta años después de que finalizara la Revolución, Juan Rulfo se volvería un especialista en señalar los estragos y las enormes deudas que jamás se terminaron de pagar. Muestra de ello es el cuento “Nos han dado la tierra”, que es un golpe al corazón mismo de la batalla, tan duro como preciso. Y, por si fuera poco, uno de sus grandes alumnos, Fernando del Paso, se encargaría de comprobar una vez más lo fallido del movimiento al compararlo con otras luchas sociales en su majestuosa novela José Trigo. ¡Y tan solo he nombrado tres obras!

Ejemplos como estos bastan y sobran para demostrar que los peores momentos imaginables, las épocas en las que la humanidad está sometida a pruebas y retos horrorosos, las crisis más desastrosas son el escenario idóneo para el desarrollo de las artes. Como el ave fénix, la literatura usa las cenizas de ídolos, pensamientos, creencias e ideologías no para renacer, pues nunca ha muerto, sino más bien para continuar renovándose. Por eso las artes jamás se vuelven “viejas”, pues se mantienen tan jóvenes como las nuevas generaciones que no paran de sucederse las unas a las otras.

Me parece que estamos viviendo una crisis sin precedentes en la historia de los seres humanos, debido al carácter global que tiene. Sentado frente a mi computadora, en una lluviosa tarde del mes de abril, y como literato que soy no puedo evitar “relamerme los bigotes” al pensar en los suculentos platillos que esta pandemia nos arrojará a la mesa, una vez que haya terminado. ¿Qué obras heredaremos a las nuevas generaciones, para que las usen como ventana hacia nuestra época?, ¿qué piezas maestras se originarán en medio de este contexto tan caótico, ¿cuáles pasaran a formar parte del canon universal?… Como siempre, que la historia nos ponga a todos y cada uno de nosotros en nuestro respectivo lugar. De lo otro se encargarán, también como siempre, los artistas.

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