
Esta vez quisiera llevar a cabo una reflexión a partir de la siguiente pregunta: ¿Cómo es que la razón, aquella supuesta máxima expresión de lo humano, puede llegar a degenerarse a tal grado, que su uso hace de ella un medio para garantizar la libertad y la libre convivencia entre los seres humanos como entes iguales; pero al mismo tiempo, es posibilitadora del ejercicio más frio, inhumano y calculador en detrimento de ésta misma humanidad?
¿En qué momento histórico, si es que hay posibilidad de rastrearlo históricamente, la razón como órgano supremo de la cognición y garantía de igualdad ontológica entre individuos se pervirtió, al grado de traicionar el ideal humano?
La revolución francesa de 1789, por ejemplo, representa algo más que un hecho histórico de suma importancia, y funge como símbolo para la historia de la humanidad. Pareciere, hubieran sido alcanzadas todas aquellas libertades y utopías del género humano que fueron perseguidas a lo largo de los siglos. La revolución francesa concluyó en la creación de los ideales que habían sido anhelados por decenas y decenas de generaciones precedentes de quienes lucharon en pos de ese progreso moral que apelaba por un mundo más igualitario y justo.
Parecía que El Siglo de las luces, y el triunfo de la revolución francesa nos llevaron, como humanidad al logro más importante a nivel moral, social, espiritual, material, etc. Sin embargo, no hace falta ser un erudito para caer en cuenta de que existe un reverso a cualquier hecho histórico, que hay otra cara de los eventos sucedidos a lo largo de la historia, que no es precisamente la que los ideales ilustrados de la burguesía pretenden mostrar.
Es decir, la razón implica en cuanto al desarrollo y despliegue de la civilización y las grandes facultades de la humanidad, el apogeo del progreso social, económico y en una palabra: humano (lo cual es absolutamente cuestionable); así como esto sucedió, al mismo tiempo ésta “peculiar estructura arquitectónica –del sistema Kantiano- preanunciaba como las pirámides gimnásticas de las orgías de Sade y la jerarquía de principios de las primeras logias burguesas, la organización de toda la vida vaciada de sentido”
Este vaciamiento de sentido, sucedió porque ya venía contenido en un germen, aquel uso donde los seres humanos hemos hecho de nuestra capacidad racional, la misma dosis de inmoralidad, de ansia, de sistematización, de frío cálculo material, de aplicaciones meramente utilitaristas, en fin, de un hambre tremenda por hacer uso de la racionalidad con fines completamente disonantes al beneficio de la humanidad, que ha corrido en paralelo con las buenas intenciones que la Ilustración y cualquier ideal humano hubiese concebido.
La razón, pasó a convertirse en razón instrumental, no tanto por una perversión o cambio cualitativo, sino por el germen que existía y la posibilidad de dicha aplicación con fines de dominio.
Es en este punto donde se mencionará la importancia de la obra de Sade, misma de la que Max Horkheimer y Theodor Adorno hablan en su Dialéctica de la ilustración (1944). El análisis de la obra nos permite dar cuenta de cómo es posible que las categorías de la racionalidad permiten construir grandes sistemas ideales, entorno a una supuesta idea de verdad moral, científica o lo que se quiera; son exactamente las mismas que pueden ser utilizadas con idéntico rigor y validez universal para la deconstrucción de esas verdades arquitectónicas logradas a partir de la razón.
El tremendo valor de la obra del Marqués de Sade radica en demostrar que faltan fundamentos donde, muestren que las leyes derivadas de la razón, son única y exclusivamente las que originó la Ilustración, es decir; que en cuanto a la aplicación de -leyes- producto de la razón. Lo mismo podría llegar a pasar con la construcción de la moral occidental, bajo la cual nos hallamos sumidos. Podía darse el caso, igualmente justificado de manera racional, al estar permitido todo lo contrario a lo que tal moral prescribe.
Se trata, de una inversión peligrosa de valores, que se lleva al extremo, cada vez que la obra de Sade hace una suerte de apología sobre la ley natural del más fuerte, misma que justifica e incluso exige en términos de selección natural, a hacer uso de dicha capacidad de dominio para el cometido de cualquier tipo de abuso, asesinato, violación, crimen y atropello que cometa el ser humano.
Aquí es donde se puede llevar a cabo una demostración y crítica. Aspecto que Sade hace a lo largo de su obra literaria. Acerca del funcionamiento falaz del imperativo categórico que subsume bajo una idea de moralidad de alcance universal, toda posible ejecución práctica de hechos particulares. Pues, así como el imperativo kantiano pregona la necesidad de obrar de tal manera que queramos que nuestras acciones puedan tener validez universal; del mismo modo puede efectuarse con una suerte de detournemaunt, o transvaloración, bajo las mismas categorías racionales. La justificación de obrar de acuerdo a la ley natural en pos de determinados fines, igualmente racionales, se subsumen no bajo la idea quizá ya de un principio científico o moral convencional, pero igualmente válido, aunque destructor.
Sade anuncia la posibilidad de la libertad dentro del sistema racionalista, hace uso del mismo camino y sistematización a la que la razón nos impele. Tanto en Kant como en Sade hay una noción de búsqueda de libertad, a partir del uso de la racionalidad, como medio para justificar y sustentar la praxis moral o antimoral, sin embargo, se tiene la intuición, y considera, hay más personas que opinan lo mismo; sobre que uno de los dos (Sade y Kant) se equivoca, es decir, que el primero desacierta en algo esencial que atañe al bienestar y garantiza la igualdad en el comportamiento y las relaciones humanas.
Pero a pesar de ello, es inquietante, el hecho de que no se puede contrarrestar el discurso naturalista con todo el peso argumentativo que se quisiera, pues, ¿cómo hacer frente al discurso del Marqués de Sade cuando se presenta con la misma validez racional que el discurso kantiano?
He allí un problema, del que de momento no hay respuesta y que preocupa de sobremanera, pues así como Justine encarna a la víctima de la ley moral a quien la búsqueda de la virtud y la rectitud ética únicamente llevó a la desgracia. Mientras que, por otro lado, Juliette, aquella encarnación de otra forma de libertad de tipo calculador y despiadado llevó a una vida prolija y llena de comodidades, así pues, en medio de estas aporías, no se encuentra un contra argumento que pueda apelar a la necesidad de la metafísica occidental que justifique las bases de la moralidad y de principios universales válidos.
La figura de Juliette pone en jaque a toda la burguesía y la moral occidental; destruye el sistema y el estatus quo a partir de las mismas categorías que lo sostienen, es una figura coherente, racional, calculadora y genial al mismo tiempo. Lo cual es sumamente peligroso, pues de esta manera no hay discurso posible que sostenga que Justine es mejor que Juliette.
Se encuentra ahora, un problema, pues es de considerarse que la opresión, violencia, crueldad, tiranía e injusticia no son “naturales” Sade pretende justificarlo. No es posible estar de acuerdo, a pesar de su justificación perfectamente racional, acerca del pecado, el crimen, y abuso etc.
Son al mismo tiempo, las mayores virtudes en tanto que siguen dicha ley natural. Tampoco es posible concebir la noción sobre la piedad, humildad, la defensa de los débiles y toda la moral occidental y cristiana no es otra cosa más que un craso error cimentado sobre discursos falaces, no tanto porque no se puedan cuestionar sus fundamentos, sino porque no es posible contrarrestar los argumentos contrarios con algo mejor.
A pesar de todo, es considerable que el punto del que flaquean pensadores como Sade o Nietzsche, radica en su incapacidad de otorgar su valor justo a la metafísica (a pesar de que quizá se trate de un mero constructo) porque sin ella, es imposible vivir en sociedad. Es importante insistir hasta el cansancio en esta noción, porque hay que considerar que no podemos arrojarnos a un mero naturalismo que defienda la ley del más fuerte por poseer la ventaja de la facticidad empírica frente a la “ideología engañosa”.
La metafísica y todo nivel deontológico, resultan necesarios para la organización y convivencia social, quizá el desarrollo histórico se ha encargado de desmentirlo, pero ¿hay algo mejor a partir de lo cual podamos organizarnos?