No hay nada nuevo bajo el sol

Por: Alex Haro

Uno de los mayores retos a los que se enfrenta un artista, o cualquier persona que pretende serlo, es la búsqueda de la originalidad. Sin importar la disciplina a la que se dediquen, la mayoría de creadores empiezan sus carreras imitando a otros. Cientos de escritores han comenzado escribiendo de forma muy similar a como lo hacen sus grandes inspiraciones, si no es que idéntica.

Ahora bien, esto no es culpa de los artistas. Por el contrario, es perfectamente normal, e incluso hasta sano, que comiencen imitando aquello que admiran, pues les otorga un referente “positivo” con el cual comparar su propio avance. Después de mucho trabajo, logran desarrollar un estilo propio. Sin embargo, ya con las herramientas de su “propia voz” y con un carácter único, ¿qué tan probable es que desarrollen creaciones totalmente originales?

Me parece que tendríamos que iniciar la discusión aclarando, en la medida de lo posible, a qué nos referimos con la palabra originalidad. Si la idea de algo inédito es la ausencia de cualquier referente cultural o artístico en el nuevo texto, la creación de una obra completamente innovadora es absurda. Como bien señalaba mi queridísimo Barthes, la pretensión del “grado cero de la escritura” o, en otras palabras, el deseo de escribir desde la neutralidad absoluta, es virtualmente imposible.

Esto se debe a que, en primer lugar, no hay un solo artista que pueda crear desde la ausencia total de referentes culturales o artísticos, pues está en contacto con ellos desde que ingresa a la sociedad. Y, en segundo, porque ningún creador puede desarrollar obras nuevas sin el conocimiento de estructuras previas. Por lo tanto, podemos descartar esa opción.

Considero que, entonces, la pregunta sobre la originalidad iría en torno a la capacidad del artista de crear un nuevo tema o, cuando menos, afrontarlo desde una perspectiva completamente diferente. De acuerdo con la tematología, la rama de la Literatura Comparada encargada de estudiar los grandes temas que ha habido en la literatura, y en el resto de las artes, existen argumentos y motivos que han acompañado a la humanidad desde sus inicios. Prueba de ello es uno de los libros más viejos que se conocen: La epopeya de Gilgamesh. Al final de cuentas, dicha obra es la historia de un hombre que le teme a la posibilidad de morir. ¿Qué ser humano no ha experimentado, por lo menos una vez en su vida, ese miedo? Si hiciéramos una revisión de todas las obras literarias que han tocado dicho tema, podríamos llenar varios tomos de una enciclopedia sin ningún tipo de problema. Y lo mismo ocurriría con los otras grandes temáticas de las que hablan los artistas, como la violencia, el amor, el odio, la venganza, la igualdad, etcétera.

Entonces, ¿qué posibilidades hay de que un autor pueda crear una obra con temáticas completamente innovadoras? Muy pocas, en realidad, por no decir que casi cercanas al cero. No por nada, Jorge Luis Borges, un amplio conocedor en la materia, decía que “no hay nada nuevo bajo el sol”, refiriéndose a las artes.

Siguiendo esta línea de pensamiento, podríamos llegar a la conclusión, errónea, de que no tiene ningún sentido continuar desarrollando las artes. Si ya no queda nada nuevo que inventar, cuál es el punto de seguir creando. Pues esa conclusión es errónea porque olvidamos la importancia misma del estudio de la tematología: las actualizaciones. Sí, los temas están dados desde hace muchos siglos, más de los que nos podemos imaginar. Sin embargo, lo que hace de un texto una obra artística es la capacidad de los artistas para mantener en constante renovación el material con el que se construye el arte.

Pongamos un ejemplo gráfico. La mayoría de personas en el mundo conocen la escultura «La piedad”, de Miguel Ángel:

Pues esta escultura, que representa un momento tremendamente simbólico para la religión católica, ha sido revisada y reformulada por una infinidad de autores que, cada uno, ha buscado la forma de afrontar dicho tema desde distintas perspectivas, cada una con significaciones tan distantes como curiosas.

La piedad, Käthe Kollwitz
Santo entierro, Caravaggio
La piedad, Van Dyck

Por si fuera poco, las distintas representaciones de la piedad siguen creándose en la actualidad por una infinidad de artistas, quienes se apoyan del enorme peso simbólico y artístico que tiene la obra para crear mensajes profundos y contundentes.

Esta es, precisamente, una de las características más valiosas del arte, al menos para un servidor. Sin importar de qué tema estemos hablando, así sea el más novedoso del mundo o el más gastado de la galaxia, siempre habrá artistas que sean capaces de afrontarlo desde una perspectiva fascinante y, sobre todo, única. Por eso mismo, la pérdida de cualquiera de ellos es un golpe muy doloroso para el desarrollo humano. Si no hubieran existido Miguel Ángel, Kollwitz, Caravaggio o Van Dyck el mundo se habría quedado sin una serie de obras que, de cualquier otra forma, jamás hubieran existido. La originalidad de los artistas recae en su capacidad de mirar el mundo como ninguna otra persona puede hacerlo.

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