La necesidad del tiempo para el canon

Por: Alex Haro

En algunas entradas pasadas de esta columna he disertado un poco sobre las características más importantes para que una obra de arte literaria se introduzca en el canon, es decir, qué necesita para formar parte de los grandes clásicos. Muchos factores influyen en este tema: el impacto que la obra pueda llegar a tener en la sociedad de su momento; la manera en que es recibida con el paso de los años y cómo evoluciona en ese proceso; e, incluso, la suerte tiene que ver, basta con pensar cuántos textos se han perdido con el paso de los años debido a distintas tragedias, seguramente más de alguno habría tenido un impacto vital en el desarrollo del arte.

Sin embargo, la opinión de este humilde servidor ya la conocen bien todos ustedes, o al menos todos los que me hayan leído: el punto fundamental para que una obra sea considerada un “gran” producto artístico es el valor inmanente que tiene. Ni la fama del autor, ni el renombre del movimiento en el que se inserte, o la controversia que puedan despertar son tan cruciales como la estructura misma que compone al texto literario. Si el Quijote hubiera sido escrito por Pedro Martínez, no cambiaría en lo absoluto la belleza inmanente de la obra, otras cosas quizá sí se verían afectadas.

Ahora bien, la pregunta que puede surgir de inmediato es, ¿cómo podemos saber si una obra formará parte del canon, además del valor artístico que posee? Bueno, para poder analizar el impacto que una obra tiene en su disciplina necesitamos, forzosamente, el paso del tiempo. Solo los años de distancia permiten observar qué tanta influencia tienen los textos en su disciplina.

Pongamos un ejemplo que me fascina. Hoy en día, Drácula, de Bram Stoker, es un referente absoluto e innegable del terror anglosajón y universal. No hay una sola lista de monstruos horripilantes fantasiosos que pueda dejar fuera al vampiro más famoso de la historia. Sin embargo, seguramente no representó lo mismo en el momento en que fue publicado. A finales del siglo XVIII y principios del XIX la sociedad occidental no estaba lista para una obra de ese calibre, a tal grado que fue censurada en varias ciudades, como Londres.

No obstante, desde entonces Drácula ha demostrado ser, de forma cabal, un elemento del canon universal de la literatura, al grado de impactar e influenciar gran parte de la narrativa de terror. El alcance del vampiro de Stoker ha llegado a otras disciplinas artísticas, como el cine, en donde se han hecho muchas versiones de la obra, algunas no tan sobresalientes como otras (cof, cof, Crepúsculo).

El mismo fenómeno podemos observarlo en otras grandes obras literarias, como Frankenstein, La vida es sueño, Don Quijote, Crimen y castigo, Orgullo y prejuicio, etcétera. Al final de cuentas, la literatura se asemeja a la vida con ese viejo dicho mexicano: el tiempo pone a cada quien en su lugar. A algunos, si reúnen las características suficientes, los coloca en la cima de su campo.

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