¿El hábito de la lectura es cultural?

Por: Alex Haro

Al hablar de los hábitos lectores en México, y en gran parte de Latinoamérica, es común escuchar que nosotros “no leemos”. Simple y sencillamente así: los mexicanos no leemos. En el día a día, es difícil encontrar a una persona que tenga el hábito de consumir revistas o periódico, mucho más complejo resulta hallar a un amante de la literatura. Cuando nos comparamos con países del “primer mundo” en este aspecto, la explicación más accesible y concurrida es que la lectura es un reflejo de la educación y la cultura de la sociedad. Siguiendo esta lógica, el pueblo noruego, por poner un ejemplo, está mejor nutrido a nivel educativo y esa es la razón principal por la cual ellos sí leen.

Sin embargo, la pregunta que vale la pena hacerse es: ¿el problema de la lectura en nuestro país puede ser reducido a un nivel tan simple como “la falta de cultura”? ¿No habrá, acaso, otros factores que interfieran en la decisión de una persona común y corriente sobre leer o no? En mi humilde opinión, decir que la lectura no es algo cultural en México es una falacia. Sería como asegurar que al mexicano no le gusta el teatro, y por eso no va, porque “así somos”.

Sé lo que muchos estarán pensando, en especial mis compañeros del teatro: “pero la gente de verdad no va”. Touché. Es verdad, y estoy de acuerdo. Es tan cierto como que la mayoría de gente no lee, o no va a museos y galerías. Pero no creo que se deba a un asunto cultural. A mi parecer, esta tendencia tiene mucho más que ver con dos factores en específico: dinero y tiempo.

Aceptémoslo: tener acceso al arte es caro. ¿Cuánto cuesta un libro en promedio en México? ¿200, 300 pesos? Convertido a dólares puede parecer muy poco, en especial para la gente de primer mundo. No obstante, en nuestro país, a la mayoría, a la enorme mayoría de la gente le toma uno o dos días juntar ese dinero, como mínimo. Como cualquier adulto puede confirmar, no es sencillo desprenderse de un día de salario así como así. Y en la jerarquía de necesidades básicas de una persona, la lectura jamás estará en la parte más alta de la pirámide.

“Pero hoy en día hay muchos libros gratuitos en internet”. Claro, pero aquí surge otro problema: computadora e internet. No son gratis. Y, como más o menos puedo pensar hacia donde irán los contraargumentos, sé lo que me pueden decir: “sí hay opciones gratuitas”. Claro, y en la mayoría de las veces son sensacionales. Además, existen otras que tienen un costo mucho menor, como mis amigos de teatro pueden confirmar (recomiendo mucho los jueves de teatro en el Jaguares). Afortunadamente, con cada día que pasa hay más y más eventos culturales para el público en general.

Ahora bien, aquí aparece el segundo factor: el tiempo. Si ya de por sí el salario en México es muy bajo, lo que limita las posibilidades de adquirir un libro o disfrutar de alguna otra expresión artística, la mayoría de mexicanos deben cumplir una jornada laboral extenuante. Volvamos a la honestidad más cruel pero objetiva posible: si tu trabajo es de nueve a siete, más dos horas de camino, aproximadamente, de ida y vuelta, ¿quién en su sano juicio va a querer volver a casa a leer? Una vez más, las prioridades son claras.

De acuerdo con un artículo de El economista, un trabajador mexicano labora el doble de horas, con respecto a un obrero alemán, por una parte ínfima del salario. Considerando esto, resulta verdaderamente lógico, entonces, que una persona del primer mundo lea más. ¡Claro! ¿Qué esperábamos? Más dinero y tiempo libre significan un aumento brutal en las posibilidades de leer.

Ahora bien, ¿cuál es mi intención con esta pequeña reflexión? ¿Hacer llorar a mis lectores? No, por supuesto que no. Con este texto no pretendo que perdamos la esperanza, y nos rindamos en la “lucha” por llevar el arte a la mayor cantidad de gente posible. Todo lo contrario, recuerden, mis queridos querubines, que la información es poder. Considerando esta realidad estamos mejor preparados para enfrentar el enorme desafío que se cierne en nuestros hombros.

Por otro lado, quitarnos este prejuicio negativo es, al menos, un paso en el camino correcto de la deconstrucción que es trabajo de todos nosotros. De esta forma, mínimo, la próxima vez que estemos en la posición de emitir una opinión, no recurriremos a la salida fácil de decir: “la gente no lee porque no quiere, porque les falta cultura”. Esos mitos no hacen más que separarnos.

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