
Hace un tiempo, durante una entrevista, tuve la oportunidad de hablar de forma muy breve sobre este tema: ¿cómo ha ido evolucionando el género del terror en los últimos años?, ¿y hacia dónde va? Si bien la discusión fue muy agradable, desde entonces me quedé con muchas ganas de poner mi opinión por escrito. Hago esto con el deseo, como siempre, de saber qué piensan ustedes. Una vez establecido esto, comencemos.
El tema del horror ha acompañado a la gente desde el nacimiento mismo de nuestra especie. No es gratuito que Howard Phillips Lovecraft, uno de los innegables padres del terror moderno, dijera: “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo”. El miedo es la sensación más humana que existe, incluso, podríamos decir que es la más animal de todas. Primitiva, espontánea e intensa, es una señal de alarma inserta en lo recóndito del instituto de supervivencia.
No obstante, es innegable que el terror como género tuvo su explosión, su auge, hasta el Romanticismo. Este movimiento artístico no es más que la confirmación de las palabras de Lovecraft. Los románticos defendían, a muerte, la exaltación de los sentimientos y las pasiones. No es de sorprender que hayan elegido al miedo como uno de sus estandartes.
Frankenstein y Drácula son, sin lugar a dudas, dos de los representantes más importantes de este movimiento. Su éxito radicó, pues, en la explotación absoluta de lo ominoso, es decir, de la frontera entre lo conocido y lo desconocido, el terreno al que más le temen los seres humanos. Un mezcla de humanos traídos de la muerte, por un lado, y el temible semidiós que se alimenta de su prójimo, por otro lado, combinan la fantasía con unos destellos de realidad para llevar a la luz los monstruos más terroríficos que se nos pudieron haber ocurrido.
Más tarde, Poe y Lovecraft, los padres del horror contemporáneo en occidente, continuaron esta tradición de lo ominoso en el terror. Uno de ellos, el creador del horror cósmico, logró llevarlo mucho más allá de los límites imaginables, desarrollando un catálogo de monstruos y aberraciones espaciales.
Sin embargo, a partir de la segunda mitad del último siglo anterior, el terror ha ido mudándose poco a poco, como una serpiente que abandona su piel pero sin desprenderse de su esencia. Hoy en día, es mucho más común encontrar historias de horror cercanas a lo que podríamos llamar: “terror cotidiano”.
En la actualidad, a la gente ya no nos dan miedo las historias de fantasmas que no abandonan una mansión hasta verla destruida; o los monstruos más estrafalarios salidos de la imaginación más prolífica de todas; o las leyendas que aterrorizaron a generaciones de distintas comunidades a lo largo y ancho del mundo.
No. A medida que pasó el tiempo fuimos caminando sobre la frontera de lo ominoso, acercándonos cada vez más hacia lo conocido… pero “callado”. Ahora, no hay nada más terrorífico que un texto que nos haga sentir el pavor de ser seguidos por una persona desconocida en una calle solitaria a altas horas de la noche; o el horror que experimenta una persona al confrontarse con un abusador en su familia del cual no puede deshacerse, por más que lo intente; o el absoluto pánico que causa la ausencia de un ser querido durante un período prolongado de tiempo.
¿Por qué está ocurriendo este fenómeno? En mi opinión la respuesta es bastante simple: al igual que las personas, el arte va evolucionando conforme pasa el tiempo. Ahora, el terror ya no necesariamente es el escaparate imaginativo que servía para denunciar o hacer críticas sociales de forma implícita. No. El terror se ha vuelto mucho más “realista”, por decirlo así, a medida que las personas nos vamos deconstruyendo y volteando a ver las problemáticas de los otros.
Por lo tanto, a través del terror puedo experimentar el mismo miedo que siente una mujer en Latinoamérica a raíz de la oleada de feminicidios, aunque nunca haya estado siquiera cerca de una situación así; puedo sentir como propio el pánico que experimenta un prisionero inculpado de forma injusta a causa de la corrupción cuando está a punto de ingresar al penal.
Los escritores modernos han sido capaces de hallar en el género del terror la “excusa perfecta” para mostrar las realidades periféricas más crueles posibles. Y no es que esas perspectivas sean novedosas o modernas, sino que más bien fueron silenciadas durante una enorme cantidad de siglos. La violencia intrafamiliar, la trata de personas, los feminicidios, los secuestros, las violaciones, etcétera, no son algo que haya nacido hace treinta años, son una realidad penosa que ha existido desde siempre, aunque a tu abuelita no le guste admitirlo.
El género del terror hoy en día, “simplemente”, ha mostrado estas realidades con la mayor crudeza posible, como si alguien hubiera destapado la caja de Pandora. Mientras estas “realidades” continúen existiendo, el horror continuará emigrando de la fantasía a la cotidianidad. En un mundo donde, para mucha gente, cada día puede ser el último, sin importar siquiera si ponen un pie fuera de casa o no, el terror no puede “perder tiempo” con fantasmas, vampiros o brujas. Los verdaderos monstruos no se encuentran de ese lado.
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