
El viernes de la semana pasada, tuve la oportunidad de ser comentarista en la presentación del libro La liga del horror, del escritor mexicano Tao Mijares. Durante la conversación, surgió una pregunta bastante interesante: ¿el terror puede servir para denunciar?, y, en caso de que lo haga, ¿qué se puede denunciar a través del terror? Si bien respondí en el momento, me encantaría poder dejar mi opinión por este medio; porque siempre es mejor verbalizar las palabras a través del orden y la tranquilidad que otorga el signo escrito.
En una entrada anterior, comentaba que el género del terror tuvo su explosión en el siglo diecinueve gracias, principalmente, a la labor de creadores como Mary Shelley y Bram Stoker. El Romanticismo trajo al mundo de la literatura una serie de ambientes, monstruos, escenarios y tradiciones que permanecerán en el imaginario colectivo y cultural durante muchos siglos más, ¡ese nivel de impacto han tenido!
Sin embargo, el terror existía mucho antes del Sturm und Drang o Frankenstein y Drácula. Desde la Edad Media ya se podían apreciar historias de fantasmas, brujas y espectros que aterraban a la población, y eran transmitidas a través de la oralidad de generación en generación.
No obstante, hasta apenas hace unas cuantas décadas, como dije en aquella entrada, el terror ha ido mudándose cada vez más hacia la “realidad”, si es que la palabra cabe. Hoy en día, en la escena terrorífica de Latinoamérica, al menos, aparecen más y más historias donde el antagonista, el villano o cualquier figura que causa el miedo no tienen nada de fantástico.
¿Por qué los escritores han hecho ese cambio? Aquí es donde entra “la banalidad del mal”. Si me conoces, o has leído alguna de las columnas (porque yo me la paso hablando de esto), sabes que este concepto de Hannah Arendt me fascina. En resumen, pues la historia detrás del libro merece su espacio y debe ser leída de primera mano, esta filósofa proponía que los actos más malvados de los que se tienen registro, como el holocausto nazi, no fueron cometidos por monstruos, gente con problemas mentales que exceden el límite de la maldad humana para hacer aquello que nadie más podría. No. Al final de cuentas, esas personas pueden ser exactamente iguales a ti o a mí.
Sin embargo, ¿por qué la gente prefiere pensar que todos los asesinos, violadores, secuestradores, etcétera, son demonios traídos del mismísimo infierno? A mi parecer, es la manera en que la gente “común y corriente” se blinda, se protege. Creo yo que es mucho más fácil pensar de esa forma, pues nos brinda cierto sentido de tranquilidad. La lógica sería: “si eso nomás lo pueden hacer los locos o los malditos, y como ninguna persona a mi alrededor, incluyéndome, somos locos o malditos, estamos a salvo”.
Pero, como casi siempre ocurre, la vida no es tan sencilla. Como cualquier noticiero en el mundo nos puede confirmar en cuestión de segundos, las “malas acciones” están sucediendo a cada instante, y no siempre las cometen personajes desquiciados. La enorme, brutal, gigantesca, astronómica mayoría de las veces quien comete todas esas “monstruosidades” son personas comunes y corrientes, como nosotros.
Esa es una de las grandes denuncias que hace el terror en la actualidad: dejen de pensar que los demonios existen y que ellos son los responsables de todo el mal, ¡nosotros somos los monstruos!, ¡nosotros somos los responsables! Tú que me estás leyendo eres perfectamente capaz de cometer las peores atrocidades que se le hayan ocurrido a la humanidad. Y también estás expuesto a sufrirlas de parte de cualquier persona que te rodea.
Ahora bien, aunque esto pueda parecer pesimista o que el panorama es absolutamente oscuro, en realidad se trata de todo lo contrario. Ser conscientes de la banalidad del mal, ser conscientes de lo “fácil” que es cometer actos horribles es positivo. A la gente le gusta ese “pensamiento sencillo” porque le quita responsabilidad de encima. Si yo soy bueno, y todos son buenos, cuando algo malo pase a fuerzas es culpa del diablo… ¡no! ¡Hazte responsable de tus actos!
El día en que todas las personas sean conscientes de que el “bien” y el “mal” son decisiones constantes y existen dentro de nosotros, será más sencillo lidiar con estos actos terroríficos. La responsabilidad es difícil de asumir, por supuesto, pero también puede ser liberadora. Yo estoy convencido de que si todos fuéramos más responsables el mundo sería un mejor lugar. Y, claro, el terror ya no “debería” denunciar esos actos terribles que ocurren a diario y de los cuales nadie quiere hacerse cargo.
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