
Vivir del arte, aquél sueño que a tantos nos impulsa a estudiar una carrera relacionada con las artes, a dejar de lado la “seguridad financiera”, a que amigos y familiares nos aseguren que estamos perdiendo al no elegir una carrera “en serio”. Todo esto significa llevar en la espalda las constantes interrogantes que las personas nos lanzan al confesarles que somos profesionales de las artes: “¿Y a poco eso se estudia? ¿De qué vas a vivir?”
Dejando un poco de lado el hecho de que hacemos lo que nos apasiona, no como una afición sino como una profesión, de que somos sumamente felices dedicándonos a lo que nos llena el alma y el espíritu, ¿Cuál es la verdadera razón para que una persona decida dedicarse a las artes en un país donde son tan poco valoradas?
En lo personal, mi acercamiento con las artes se dio desde muy pequeña, a lo largo de mi vida siempre tuve contacto con ellas en diferente medida, hasta que llegó el punto en que dije: “Quiero hacer esto por toda mi vida”, “No me veo haciendo otra cosa”. Fue algo tan natural, como si desde siempre hubiera estado destinada a que ocurriera así. Este es el caso de muchos artistas, las artes son parte tan importante de nuestra vida que simplemente lo sabes, sabes que quieres hacerlo de forma profesional.
Conozco algunos artistas a los que la inspiración les llegó más tarde, casi como una lanza que al entrar en su cuerpo los invadió con los deseos de adentrarse en el mundo de las artes, artistas que quizá hasta una edad universitaria no perfilaban para convertirse en agentes del medio artístico, pero que, “por algo” experimentaron un cambio radical en su percepción y decidieron hacer de su fuente de inspiración una profesión.
No importa cuál sea la ruta para llegar a este camino, uno es consciente de que las artes en general siempre han estado rodeadas de un halo de mística, paganismo, inspiración, incomprensión, revolución, etc. Pero hoy en día es la incertidumbre la que llega a liderar esta lista.
Ante la crisis sanitaria ocurrida por la pandemia de 2020, los primeros establecimientos en cerrar y los últimos en abrir fueron todos aquellos dedicados al arte, la cultura y el entretenimiento. Cientos de miles de artistas alrededor del mundo pararon de tajo. La incertidumbre ante la duración de este cierre, ante los efectos de este suceso, se hicieron sentir en todos los ejes económicos del país, pero en lo artístico la herida fue casi mortal.
Qué irónico que aquello que nos salvó de caer en la total desesperanza durante los mayores momentos de preocupación y duda, fuera también uno de los sectores más desprotegidos, la gran mayoría de artistas no contamos con un salario fijo, con un seguro médico o con un apoyo gubernamental, y aun así, la creación fue parte no sólo de nuestra necesidad por salir adelante, sino también, por nuestra forma de comunicar lo que sentíamos, vivíamos y nuestra esperanza en que las cosas pronto cambiarían. Este medio por el que nos comunicamos fue también la salvación de alguien más al darse cuenta de que no estaba solo y de que existían más personas pasando por lo mismo y sintiéndose igual.
El arte nos ayudó en gran medida a continuar, pero aun así la incertidumbre sigue latente, ¿quién en su sano juicio entraría a estudiar una carrera en teatro, danza o música de manera virtual? ¿Será que ante esta situación las personas y el público querrán invertir dinero en comprar una de mis obras, o libros? ¿Será que la modalidad online llegó para quedarse? ¿Será que es el fin del arte presencial? Son tantas las interrogantes que giran alrededor del medio artístico.
Pero contra toda probabilidad, ante tanta incertidumbre, ante todo el caos, los artistas siguen floreciendo, siguen entrenando, siguen practicando y formándose, siguen buscando los medios para que, sea como sea, puedan llegar a su público para salir y brindar todo el arte que, sin duda, tanto necesitamos.
Estudiar y dedicarse a las artes es sin duda un camino sinuoso lleno de altibajos, de inseguridades, de incertidumbre y críticas. Es un camino que algunos decidimos recorrer y disfrutar para plasmar el cúmulo de aventuras vividas en él de una manera extraordinaria, personal y sincera, tanto que la vibración generada sea capaz de tocar los sentimientos y sensaciones de todo aquél que se permita percibirla.
El arte nos acompaña día a día y es ella misma la que nos hace el llamado cuando sabe que lo necesitamos, para algunos como creadores, para otros, ese llamado les da el rol de espectadores, porque ¿Qué sería del arte sin espectadores? ¿Qué sería del cúmulo de experiencias, emociones, y sensaciones plasmadas en una obra, en una pintura, en un libro, en una pieza musical, en una película, o en una fotografía si no hubiera nadie que las recibiera? La labor del artista se convertiría en algo así como una terapia personal, destinada a vivir y morir en los ojos de su creador, el espectador es aquél que brinda un sentido a la creación artística.
Y es que cuando el arte te llama ya sea como creador o espectador, ya no hay vuelta atrás, el chip se implanta en ti, en tu corazón, en tu mente, en tu alma. El arte se vuelve parte de ti, no importa si te dedicas a ella o eres el más fiel de los espectadores, el arte pues, llega para acompañarte.
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