
Escribo esto el 25 de diciembre de 2021, y esta no es una fecha cualquiera. Para empezar, es cumpleaños de mi madre, festividad bastante celebrada en mi familia por su excelente timing. Pero, además, este día es conocido en todo México, y quizá en otras latitudes del mundo, como la jornada oficial del recalentado.
Por si alguno de ustedes no sabe lo que esto significa, y le da mucha flojera usar el método deductivo para descifrar en qué consiste esta celebración, en el día del recalentado los tragones, como su humilde servidor, aprovechamos para saciar nuestra monstruosa hambre con todo aquello que haya sobrado de la cena de Nochebuena. El porqué este día es la pieza angular del maratón Guadalupe-Reyes, al igual que la razón por la cual la comida recalentada sabe mejor, es todo un misterio.
Ahora, y a pesar de estas incógnitas, a raíz de este día vino a mi mente una idea: ¿qué pasaría si los lectores tuviéramos la costumbre de hacer un “recalentado literario”? Me explico: siempre he estado a favor de releer una obra, como he manifestado en entradas anteriores de esta misma columna. Sin embargo, ¿qué pasaría si releyéramos un libro justo después de terminarlo?
Si bien la idea me parece realmente interesante, creo que, como en todo, el éxito de este experimento variaría dependiendo la obra “recalentada”. Tengo la impresión de que con libros de suspenso o llenos de misterio sería una apuesta sensacional, pues nos daría la posibilidad de recorrer de nuevo los pasos y observar huellas del final que jamás vimos. Los lectores de Crónica de una muerte anunciada no me dejarán mentir: descubrir los pequeños indicios del desenlace de una obra, lejos de arruinar la sensación final, la potencia a niveles insospechados. Leer de esta forma a Arthur Conan Doyle, Agatha Christie o Camilla Läckberg debe ser una experiencia genial.
No obstante, también creo que algunas obras son demasiado duras como para revisitarlas tan pronto, y necesitamos dar un tiempo a nuestra mente, corazón y espíritu para que se recuperen de semejante impacto emocional. Ejemplo perfecto de esto, cómo no, es Los miserables. Quien no salga destruido de esa lectura es porque no la leyó o porque no la leyó bien… o porque ya de plano no tiene alma.
Fiel a lo que la ciencia nos ha enseñado, deberé recurrir a la experimentación para comprobar mi hipótesis. Solo espero que la experiencia no sea demasiado dolorosa; así como también espero que disculpen la entrada tan breve el día de hoy. Pero, como mencioné en la introducción, tengo un festejo y un montón de comida de los cuales ocuparme. ¡Feliz recalentado y próspero Año Nuevo a todos!
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