
La literatura moderna es mejor que la antigua… o, al menos, debería serlo. Lejos de ser una columna de opinión, la entrada de hoy pretende ser una breve reflexión de la evolución que, como todo organismo vivo, las artes tienen. Si bien en cuanto lean el título habrá algunos que “pondrán el grito en el cielo”, como dicen en mi pueblo, pensando que un servidor se refiere a que Crepúsculo es mejor que Don Quijote, quédense conmigo, síganme en el viaje.
Bien, me parece importante dejar claro, desde el inicio, que no me refiero a eso. Evidentemente, no todos los libros actuales son mejores que cualquier libro clásico escrito en la historia de la humanidad. No. Lo que pretendo establecer con esta información es la verdad, innegable, por cierto, de la necesaria e incluso natural evolución que sufren las artes conforme pasa el tiempo.
Hoy en día, en teoría, cualquier escritor se presenta ante un problema cada vez más complejo: ¿ahora qué escribo? Pues, como bien decía Borges, “ya todo está escrito”. Sin embargo, y al mismo tiempo, los autores modernos cuentan con mayores y mejores técnicas para producir sus creaciones.
Pensémoslo por un instante: antes de las mezclas extrañas de los géneros literarios, cuando la prosa poética, por ejemplo, no era vista como una posible fuente artística, las posibilidades de innovar eran mucho más amplias. No obstante, ahora que contamos con esas producciones literarias también contamos con las técnicas y mecanismos que dichas creaciones han aportado al canon de la Literatura.
Es decir, y para terminar esta breve reflexión, el ideal dentro de las producciones artísticas debería ser que, con cada artista que pase, la disciplina en la que se desenvuelva se enriquezca de instrumentos y formas mientras aumenta el estándar de calidad. Ese es el sueño, hijo.
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