
La idea para esta columna surgió, como casi todas mis ideas para escribir desde que comencé a trabajar, mientras daba clase. Al hablar de la Ilustración y el Neoclasicismo, me vi en la necesidad de hacer hincapié en la importancia que tenía para la literatura y las artes de aquel tiempo ser un mecanismo de enseñanza y adoctrinamiento en la búsqueda de la mejora de las sociedades a través de la educación. Aunque, para ser honestos, no siempre se ha usado esta capacidad didáctica del arte para bien, pero este me parece un tema aparte que requiere de su propia columna.
Al recordar ese punto de la historia literaria, no pude evitar preguntarme: ¿qué tan vigente es esta idea en las artes de nuestra época?, ¿de verdad, en la actualidad, siguen teniendo esa misma responsabilidad social que tuvieron sus antecesoras en el pasado?, y, de no ser el caso, ¿esto significa que ha bajado la calidad de los productos artísticos generados por el ser humano?
La realidad, y la respuesta corta y sencilla, es que no, las artes no tienen una obligación didáctica o moralista hacia el público o la sociedad. Ahora bien, y lejos de lo que muchos podrían llegar a pensar, esto no es necesariamente malo. Sin embargo, antes de desarrollar esta idea, me parece prudente analizar el contexto “ilustrado”.
Durante el Neoclasicismo, la mayoría de escritores, en especial los dramaturgos franceses que supieron llevar esta expresión artística a su máximo esplendor, tenían totalmente claras las circunstancias en las que vivía su pueblo. Esto es, dichos literatos sabían que, si ellos no daban mensajes “positivos” en sus obras de teatro, la gente común y corriente, el pueblo en general, jamás tendrían acceso a estas ideas ilustradas. La mayoría no sabía leer, y quienes sí tenían esta capacidad no siempre contaban con los recursos para acceder a las letras. Para muchas generaciones humanas, las artes escénicas eran lo más cercano a una escuela.
¿La realidad actual es así? No. Para empezar, porque las artes y el entretenimiento, como nos han demostrado hasta el cansancio, también pueden ser usadas para transmitir mensajes “negativos”; aunque, insisto, esa es “harina de otro costal”. Pero, y sobre todo, porque pretender que todas, todas las producciones artísticas humanas tengan como objetivo educar a las masas es la forma más reduccionista y simplona de asesinar al arte.
Si bien tu tía puede no estar de acuerdo con lo que voy a decir, excusándose con el pobre argumento de que los artistas siempre tendrán una responsabilidad social, otra vez, tema de otra columna, la realidad es que no es nuestro trabajo. Educar gente no es trabajo ni de un escritor, ni de un pintor, o escultor, o músico, o comediante, ni de un actor… y, la verdad, es que jamás lo será. Nuestro trabajo es, simple y sencillamente, hacer arte, o tratar de hacerlo. Quien exija del arte algo más que un producto artístico y estético, “de a compas”, está perdiendo su tiempo.
Ojo, no quiero decir que no se pueda o no se deba tratar de dar mensajes “positivos” a través del arte. Todo lo contrario. Las mejores obras literarias de la historia tienen algunos de los más fuertes mensajes que hay: Frankenstein, La vida es sueño, Niebla, El extranjero, etcétera. Lo que está mal, desde mi perspectiva como escritor y lector, es pretender que ese mensaje esté por encima de todo lo demás.
Si quieres mandar un buen mensaje, pero descuidas la forma, el estilo, la historia, los personajes, las descripciones, los diálogos, las escenas, la estructura narrativa o lo que sea inmanente a tu arte, estás perdiendo el tiempo. Y no solo eso, estás mintiéndole a tu lector, pero, sobre todas las cosas, estás traicionando al arte. Como artista, no se me ocurre un pecado más grande. Quizá solamente sea peor traicionarse a uno mismo. No obstante, y como ya dije, eso es tema para otro día.
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