Dos años más, tarde

Por: Alex Haro Díaz

Las personas muy cercanas a mí, o aquellas que me hagan el favor de seguirme en Instagram, sabrán que el pasado 15 de febrero estuve de festejo: mi primer libro, Quimeras bajo la cama, cumple dos años de haber sido publicado. Por eso mismo, y porque soy un romántico empedernido, me pareció oportuno hacer una breve reflexión sobre el tiempo que ha transcurrido desde entonces, aunque dicha reflexión llegue un poco tarde… Meh, ya saben que lo de las fechas no se me da muy bien.

Sin lugar a dudas, el 15 de febrero del 2020 fue uno de los días más felices de mi vida. Un día que culminó lo que fue un semestre lleno de buenas noticias: desde el día en que me avisaron del interés real del libro por parte de la editorial, y no pude contener mis lágrimas en pleno camión de regreso a mi casa; cuando me enseñaron la primera versión corregida y de portada; y, finalmente, el momento en que tuve el ejemplar en mis manos.

Sin embargo, y a pesar de todos mis esfuerzos por alejarme de mi acostumbrado pesimismo, no puedo evitar preguntarme: ¿qué tanto ha cambiado la vida desde entonces?, ¿qué tanto he cambiado yo?… La realidad es que, para bien o para mal, prácticamente todo en mi existencia sigue igual.

Permítanme explicarme: si bien el libro y su publicación me ayudaron bastante a consolidar una carrera de escritor principiante, pues al menos ahora no me siento tan falso al llamarme a mí mismo “escritor”, la mayoría de cosas en mi entorno se mantienen igual. Siendo honestos, fuera del contexto específico de la escena literaria toluqueña, Quimeras bajo la cama no cuenta con mucha fama. Es más, quizá ni siquiera en esa pequeñísima escena artística es tan conocido como me gustaría pensar.

Por lo tanto, yo sigo siendo básicamente el mismo: escribo siempre que puedo porque es algo que, además de hacerme feliz, me mantiene “vivo” y sano; sigo enamorado plenamente de la literatura, aunque ahora puedo compartir ese amor en una preparatoria local; y continúo con el sueño de, algún día, poder dedicarme a la escritura de tiempo completo.

Todo igual, ¿no?… Pues sí y no, la realidad es que, sin hacerme pasar por alguien famoso o importante, el libro también me ha abierto muchos otros mundos que yo jamás habría imaginado. Gracias al trabajo de Ediciones de Autor, casa editorial de Quimeras bajo la cama, he podido hablar con cientos de lectores adolescentes y conocer sus inquietudes, dudas, pasiones e intereses. Eso, se los juro por lo más sagrado que tengo en mi vida, o sea, mi familia y amigos, es de lo más valioso de mi día.

Igualmente, mi pequeño libro de cuentos, mi primogénito, me ha permitido conocer personas fuera del ámbito escolar o académico que han leído la obra y que, en mayor o menor medida, les ha gustado. Saber que al menos una persona desconocida para mí y sin la obligación escolar de por medio ha leído mis textos y le han gustado es suficiente satisfacción como para morir tranquilo, al menos en lo que a ámbito profesional concierne.

Además, he podido platicar con otros profesionales y artistas, de distintos países, que han tenido un interés genuino por preguntarme cosas y escuchar mi opinión sobre diversos puntos. Esas pequeñas charlas me dan la suficiente “gasolina” para soportar meses de rutina y tedio. Por ello, y como les digo a estas personas siempre que me dan la oportunidad y el espacio, yo jamás me canso de hablar de Literatura y terror.

Así que, luego de una breve meditación de página y media, la realidad parece ser otra distinta: el libro no cambió nada en lo absoluto mientras cambiaba por completo mi vida. Y, cómo no, esta nueva realidad está llena de las paradojas que solo el arte puede presentar.

Por esto mismo, y antes de terminar la columna de hoy, quiero tomarme un instante para agradecer a mis amigos, a mi familia, a Ediciones de Autor y, especialmente, a todas y cada una de las personas que se han dado la chance de abrir Quimeras bajo la cama y aventarse un clavado en mi humilde pero honesto esfuerzo. A veces, uno o dos lectores pueden hacer toda la diferencia. Así como dos días, dos meses o, por qué no, dos años.

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