
Quizá sea a causa de la primavera, o tal vez el espíritu de Benedetti o de Neruda se ha apoderado de mí (bueno fuera, mi lado de intento de poeta lo apreciaría), pero hoy me siento bastante cursi. Sirvan estos renglones como una breve excusa para la reflexión tan melosa que estoy a punto de hacer. Aclarado esto, puedo comenzar.
Cuando estaba a punto de cumplir la mayoría de edad, y se acercaba el momento de decantarme por una carrera para estudiar en la universidad, mi mamá me dijo una frase que, a la fecha, sigue resonando con mucha fuerza en mi mente: “tu profesión es tu primer matrimonio”. En ese momento, creí que se refería, principalmente al carácter de unión irrompible que otorga el casamiento. Ahora… bueno, digamos que no estoy tan seguro.
Sí, tu profesión es tu primer matrimonio, no me cabe la menor duda. Y, como en toda relación de pareja, debes de pensar “largo y tendido” antes de tomar una decisión apresurada o previo a establecer un compromiso demasiado fuerte. A la frase de mi mamá yo le agregaría: “tu profesión es tu primer matrimonio, y, con suerte, te puedes casar con el amor de mi vida”.
Cuando elegí estudiar Lengua y Literatura Hispánicas, o Letras Latinoamericanas, que fue a lo que yo me inscribí en primera instancia, estaba profundamente enamorado. Si se hubiera tratado de un noviazgo, puedo decir que yo seguía en la fase de “luna de miel”. Me explico: para mí, la Literatura era perfecta. Lo tenía todo: me hacía feliz como nada en la vida y jamás me cansaba de ella.
Sin embargo, ya en la carrera comencé a observar el lado no tan “color de rosa” de mi carrera”. Caí en cuenta en sus defectos, sus carencias, sus limitaciones, y cómo todo ello me afectaría a mí en el futuro. Fue parecido a comenzar a vivir con la pareja y aprender todo de ella: cómo se ve en las mañanas o enferma, sus hábitos y costumbres más molestas, las cosas “simples” que no soporta… Y, al igual que en mi ejemplo, también aprendí a amar ese lado “negativo” de mi profesión.
Desde ese momento, supe que entre mis manos se cocinaba la posibilidad de un amor más maduro, mejor preparado. Y, perdón que insista tanto con la analogía, pero no puedo dejar de encontrar similitudes. Cuando todavía estaba enamorado, devoraba los libros a un ritmo frenético, absolutamente voraz. Seguramente, leía un aproximado de entre siete a diez por mes. Ahora, leo mucho menos, y, aún así, la lectura se ha vuelto un acto mucho más íntimo y especial. Cada libro lo disfruto de una forma única, y cada página devorada es digerida con calma y placer por mi sistema.
Sí, tu profesión es tu primer matrimonio, y yo tuve la dicha de casarme con el amor de mi vida. Espero envejecer con ella y morir mientras la tomo de la mano. Quién sostendrá la sobrante es otra cuestión…
Deja una respuesta