
Hace unos cuantos días, tras salir de una clase, un compañero de trabajo me contó que, al pasar por el pasillo afuera de mi salón, notó algo que le llamó poderosamente la atención: en sus palabras, lejos de parecer un profesor dando cátedra, mi actuación frente a los alumnos parecía más bien el delirio de un paciente psiquiátrico. “Agitabas las manos como loco y los ojos se te querían salir volando de la cara”.
Esto no me tomó por sorpresa. He escuchado comentarios como ese muchas veces. Desde que mi clase parece un espectáculo de stand-up, hasta que mis gritos se escuchan en otras plantas del edificio escolar. Soy plenamente consciente de ello. Incluso, yo mismo hago el chiste común de decir que semejante brote psicótico se debe a una sustancia, y no a mi naturaleza extrovertida.
Ahora bien, luego de ese comentario me puse a reflexionar y llegué a la conclusión de que, además de mi personalidad abierta y “explosiva”, la razón por la cual siempre hablo “como loco” cuando el tema son las artes tiene mucho más que ver con ellas que conmigo.
No recuerdo bien dónde lo leí… o lo escuché tal vez, pero alguna vez llegó hasta mí la idea de que las artes “son el caldero de las pasiones humanas”. En ellas hierven, viven, mueren y se transforman todas las expresiones de cada uno de los sentimientos que puede llegar a experimentar una persona. Desde las más dolorosas, como la muerte y el abandono, hasta las más placenteras como el amor y el encuentro con la belleza absoluta.
Las artes viven, como si fueran un ecosistema propio, en unas condiciones de temperatura únicas. Acercarte a ellas es como aproximarte a un volcán activo a punto de la explosión, o caminar entre el hielo más frío que el peor de los inviernos pudiera generar.
En ellas no existen las medias tintas, las tonalidades grises. Al igual que a una importante figura religiosa, a las artes no les gustan “los tibios”. Quien les da su vida debe hacerlo en cuerpo, alma, mente y espíritu. Las artes te consumen, te devoran, pero lo hacen de tal forma que convertirse en su humilde alimento es el honor más puro y humano que cualquier individuo podría recibir.
Con todo esto que les he dicho, ¿todavía es sorpresa que mi manera de transmitirlas sea a través de la pasión más honesta y directa posibles, aunque parezca un maniaco? ¡¿Y qué querían?! Cualquier otra reacción, por mínima diferencia que contenga, sería mentirles en la cara, escupir en el maravilloso legado que las artes dejan en el corazón de todos con los que entran en contacto. Y mis papás a lo mejor criaron a un hombre torpe, atrabancado e imprudente, pero jamás a un tibio. ¡Dios me perdone semejante destino!
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