
La gente cercana a mi podrá confirmar la siguiente afirmación muy fácilmente: soy una persona muy orgullosa. Me cuesta mucho trabajo reconocer cuando me equivoco y admitir que un cambio de opinión además de inteligente es, incluso, necesario. Sin embargo, gracias a los años y, sobre todo, a la terapia, he aprendido a hacerlo cuando la ocasión lo amerita. La de hoy lo amerita en exceso.
En anteriores entradas a esta misma columna, que un lector decidido podrá encontrar si busca lo suficiente, he afirmado que los artistas y escritores, cuando estamos comprometidos con nuestras creaciones, podemos encontrar la forma de llevarlas a cabo aún en los escenarios más adversos. Como podrá notar cualquier profesionista con empleo y responsabilidades adultas, esta fue la afirmación de un joven universitario. ¡Qué ideal más bello e inocente!
No me malentiendan, sigo pensando que, aquellos verdaderamente decididos a crear, encuentran la forma de hacerlo tanto y tan seguido como la vida se los permite. No obstante, ya soy mucho más mesurado para afirmar esa clase de sentencias. O, al menos, soy más cuidadoso con mi confianza en ellas.
La realidad es que, en países como México especialmente, no es tan sencillo construir una carrera profesional rentable a partir de las artes, por lo que los artistas, constantemente, debemos recurrir a profesiones más “convencionales” y empleos más comunes para sustentarnos y, ahí sí, poder aspirar a vivir de nuestras creaciones algún día. Esos empleos y ocupaciones, muchas veces, se transforman en rutinas asfixiantes que, por largas temporadas del año, vuelven casi imposible concentrar la vida de cualquier persona en algo que no sea el trabajo. Es lógico que, en escenarios así, el arte de una persona corre un grave riesgo de morir, como una planta descuidada en el fondo de un departamento.
Lejos de ser una advertencia que introduzca miedo en las futuras generaciones de artistas, sirva esta columna como recordatorio de la enorme admiración que debemos sentir hacia los artistas profesionales y semiprofesionales que persisten en la lucha y continúan creando a pesar de la realidad, el ambiente, el sistema, la sociedad, el tiempo, el espacio y, sí, también, a pesar de la vida y sus limitaciones.
Si nos encontráramos charlando en un banquete, y no a través de la magia del “papel digital”, levantaría una copa, querido lector, y brindaría por ese bálsamo en la rutina que son las pasiones artísticas… Pero también brindaría por la posibilidad de que, eventualmente, todos los artistas encuentren un nicho donde poder crear y producir a voluntad… ¡Salud!
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