La escritura y el fluir psíquico

Por: Alex Haro Díaz

Ya lo decía Noam Chomsky en su Gramática generativa: los seres humanos tenemos una predisposición natural para el lenguaje. A través de él, hombres y mujeres podemos establecer una conexión con el mundo. El signo lingüístico, lejos de ser solo una caja de herramientas llena de significados, configura en las personas una forma de ver el mundo. Por medio del lenguaje, reconocemos nuestro entorno, a nuestro prójimo y a nosotros mismos. Sin embargo, ¿qué tan natural es el lenguaje escrito?

La pregunta tiene muchas aristas y perspectivas desde las cuales la podemos responder. No obstante, me interesa sobre todo la relación que tiene la escritura con el fluir psíquico, es decir, qué relación establece con el proceso de pensamiento que tenemos día a día.

Para la perenne maquinaria del fluir psíquico, no hay solo momento consciente del día donde no tengamos algún pensamiento, por banal, simplón o irrelevante que sea. Pero, al no llevar un registro eterno de cada uno de ellos, estos se convierten en gotas individuales imposibles de rastrear en el caudal de un enorme río, ¡con catarata incluida!

La escritura, precisamente, permite atrapar esos granos de arena en el desierto que son los pensamientos diarios. ¿De qué otra manera podríamos, los seres humanos, con el mismo nivel de claridad, rememorar las emociones, los sentimientos, los ideales o las creencias que hemos tenido en un punto determinado de nuestra vida si no es, justamente, gracias al lenguaje escrito?

La memoria, como podrá confirmar cualquier persona lo suficientemente vieja, es bastante traicionera: modifica los recuerdos, altera las emociones, y hasta moldea, incluso, los hechos que cometieron otros. La escritura, por otro lado, puede ser mucho más fiel, más honesta. Leer nuestros escritos viejos es, prácticamente, sostener una conversación con una versión antigua de nosotros mismos. Casi como si tuviéramos una máquina del tiempo a nuestra disposición.

Lo dije hace mucho tiempo, y la vida y la literatura no hacen más que confirmármelo una y otra vez: la palabra escrita es la magia más antigua y auténtica que tenemos los seres humanos. Atesorémosla como se merece.

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