Lo amoroso y lo verosímil

Por: Alex Haro Díaz

No es secreto para nadie, querido lector, que adoro el género del horror con toda mi alma. Sin embargo, no es lo único que suelo consumir. Además del terror, uno de mis géneros favoritos en todas sus expresiones artísticas es lo relacionado a lo cursi, romántico y meloso. Pocas veces he sufrido y disfrutado tanto como con una película o libro de este tipo.

Ahora, como todo en la vida, no todo es perfección. Si bien lo romántico (que a falta de una mejor palabra coloquial para referirme a lo amoroso usaremos esta) puede generar emociones durísimas e intensas, también es uno de los géneros que con mayor facilidad pueden caer en vicios, problemas y errores que arruinan a cualquier obra de arte.

Hablo, exactamente, de los aterradores lugares comunes e historias inverosímiles. Y el género de lo amoroso está plagado de ellos. Desde la “típica” historia de los amantes contradictorios, ya sea por su edad, etnia o posición socioeconómica; pasando por el sobrexplotado beso bajo la lluvia; y hasta llegar al cliché del capitán de la preparatoria que se enamora de la chica única y diferente. Ejemplos como estos sobran en este género.

Y el problema principal con estos casos es que son tan descabellados, tan inverosímiles, que rompen con el sentido de lógica interna de cualquier obra. El lector o espectador, lejos de apreciarlos, no puede sino sentirse timado al ver que una historia con potencial termina cayendo, la mayoría de las veces, en lo mismo de siempre.

Por lo tanto, los lectores valoramos las historias que rompen con estas dañinas tendencias, como sin dudas lo hace la obra de las que les hablaré hoy, luego de una introducción tan larga, pero necesaria. En La tregua, de Mario Benedetti, no es sencillo hallar estereotipos que arruinen la historia ni su estructura. Lo sé, lo sé, he hablado mucho de esta obra en otras columnas. Pero, como cualquier lector que la haya disfrutado me podrá confirmar: vale cada mención que se haga de ella. Además, nunca le he dado su espacio individual, como se merece.

La tregua, fiel al estilo de su autor, está lleno de la emotividad y sensibilidad a la que Benedetti nos tiene acostumbrados. El libro, completo, es una carta de amor a la idea del amor de pareja per se: una exhibición completa, pura y dura de lo que este sentimiento significa, con todos sus matices hermosos que resultan en una auténtica oda para la vida humana.

Sin embargo, y también para ser fiel al autor, este libro puede propinar golpes y heridas que dejan huellas y cicatrices de por vida para los lectores. Si se busca en La tregua la chick flick perfecta, donde al final todo salga perfecto para los improbables amantes, como salido de un cuento de hadas, o por obra y magia de un deus ex machina, se está perdiendo el tiempo.

En La tregua, Benedetti es amoroso, pero honesto, aunque esto no siempre sea bien recibido por el público. Pues, como bien dijo el filósofo francés Diderot: “engullimos de un sorbo la mentira que nos adula y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga”.

No obstante, lo que hace Benedetti es hablar del amor desde la dureza y crudeza de la realidad. A este autor uruguayo jamás le tembló la mano para tomar las ilusiones comunes de la gente y confrontarlas contra el doloroso espejo que puede ser la realidad.

En La tregua, el lector sí podrá encontrar un amor cruel, doloroso, pero honesto y valiente. Benedetti nos deja a los lectores con una reflexión bien importante: ¿el amor vale porque es finito, al igual que nosotros, o solo por su posibilidad de ser eterno? El protagonista lo entendió, y obtuvo su tregua… ¿y tú, querido lector?

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