La comprensión lectora y lo incomprensible que es

Por: Alex Haro Díaz

En alguna entrada anterior, mentiría si dijera que recuerdo a la perfección cuál es, han sido demasiadas para mi pobre memoria, comentaba que, al promover la lectura en niños y adolescentes, uno de nuestros principales errores como maestros es enfocarnos, prácticamente de forma única, en la velocidad con la que pueden “devorar” un texto. Igualmente, en la misma columna, mencionaba la importancia de comenzar a centrar el sistema de aprendizaje y promoción de la lectura en torno al análisis, comprensión e interpretación de textos.

Sin embargo, ¿cómo podemos realizar esto? La tarea no es, en absoluto, sencilla. La mayoría de profesores de español y literatura de secundaria y bachillerato nos enfrentamos al mismo problema: los alumnos no están acostumbrados a leer. Y, seamos honestos, en pocos escenarios es tan cierto el dicho “la práctica hace al maestro” como en la lectura. Todo especialista en letras es plenamente consciente de que la mejor manera de progresar en la capacidad analítica de textos es, precisamente, enfrentándose diario a ellos.

Por esta falta de práctica, el “brinco” de lecturas sencillas de la primaria, donde el alumno necesita leer rápido y ya, a las lecturas de niveles más avanzados, donde le exigen un alto nivel de pensamiento y reflexión, es prácticamente imposible para ellos. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo ayudo al alumno a dar el primer paso?, ¿qué debo hacer yo, como el puente que soy entre el texto y él, para acercarlo a la comprensión más abstracta de una idea?

Creo que la clave está, precisamente, en las preguntas que formulamos a lo muchachos luego de que leen un texto. Debemos alejarnos, de forma gradual y progresiva, de los cuestionamientos simples y “blandengues” que solo nos permiten verificar si el alumno leyó o no: ¿de qué trató el cuento?, ¿quién es el protagonista?, ¿qué te hizo sentir?…

No se trata de que estas preguntas desaparezcan por completo, ni estoy diciendo que sean inútiles. No. Pero si no complementamos estos cuestionamientos de “verificación”, por decirles de alguna forma, con preguntas más exigentes que reten al alumno y lo obliguen a detenerse un instante en la lectura y pensar, el proceso de la lectura, en realidad, no está sirviendo de nada.

Poco a poco, dependiendo de la propia progresión de cada grupo y los avances que esta permita, debemos acercar a los estudiantes a preguntas desafiantes como “¿qué significa el elemento X en tal parte de la obra?”, “¿qué implicaciones éticas tiene la decisión del protagonista de acuerdo con la filosofía dominante de la época?”, “¿qué puede representar X aspecto como símbolo dentro de la obra?”, etcétera.

Mientras no hagamos esto, el alumno jamás dará el salto entre lectura de obligación y lectura de comprensión. Admitámoslo, cuando un juego es demasiado sencillo, los jugadores se aburren muy rápido.

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