Los libros prohibidos

Por: Alex Haro Díaz

Hace poco, leí una frase de Stephen King que me pareció maravillosa, como prácticamente todo lo que sale de la pluma de ese hombre. Si bien no la recuerdo con exactitud, en términos generales decía: “si un libro está prohibido por tu escuela, lo primero que debes hacer es ir a comprarlo y averiguar por qué no quieren que lo leas”. En la columna de hoy les contaré una pequeña anécdota al respecto.

Durante el primer semestre de la licenciatura tuve el placer de recibir clase del maestro Rosas, a quien seguramente recuerdan bien mis compañeros por ser una absoluta eminencia en poesía. En clase, por razones que he olvidado, terminamos hablando de La Celestina. Lo que sí tengo totalmente grabado en mi mente son sus palabras: “no lo vayan a leer”. Como King aconseja, ese mismo día compré el libro en la edición más simplona que mi economía de “estudihambre” me permitía y lo leí.

A la fecha, pocos libros me han hecho reír tanto como La Celestina; en términos de humor, lo pondría al nivel de El Quijote, o quizá solo un escalón por debajo. Recuerdo que al leerlo por primera vez lo consideré un texto super duro, intenso, fuerte, desgarrador, cruel, directo. Pude sentir y entender cada elemento de la enorme burla del texto hacia la religión, las clases altas, el amor cortés y el dinero. Y, trayendo a mi memoria mis años de educación religiosa (no en balde pasé quince años estudiando en escuelas dirigidas por monjas), entendí de inmediato por qué era un libro “prohibido”.

Viéndolo en retrospectiva, me parece que lo más preocupante, en términos de ideologías y maneras de pensar, no era el contenido del texto en sí. Vamos, claro que el mensaje de La Celestina es poderoso, directo y contundente. Sin embargo, creo que la propia idea de convertir al texto en un libro “prohibido” le otorgaba un aire de malicia que, definitivamente, no poesía.

Más allá de las creencias, pensamientos e ideologías de la gente, lo verdaderamente preocupante debería ser el miedo a cuestionarlas, cualquiera de ellas. Al final del día, uno de los aportes más trascendentes de la lectura es la reflexión. Por eso la frase de King es tan sabia. Siempre que alguien te niegue el pensamiento, pregúntate: ¿qué no quieren que sepa?

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