
Este es uno de los clichés más escuchados en el ámbito literario: todos tenemos historias por contar. Y es cierto, o al menos eso quiero pensar. De corazón creo que la enorme mayoría de personas en el mundo han vivido lo suficiente, en cuanto a tiempo y experiencias, como para tener algo que decirle al mundo.
Sin embargo, no me parece que esto signifique que cualquier persona pueda convertirse en escritor. Como dicen en mi pueblo: “del dicho al hecho, hay mucho trecho”; y, de la misma forma, de tener historias por contar a hacerlo de buena forma hay una enorme, fundamental y gigantesca diferencia.
Entonces, si la historia no es la que hace al escritor, ¿qué es? Pues la forma en que la desarrolla, evidentemente. Pongamos un ejemplo simple, pero efectivo: “Lección de cocina”, de Rosario Castellanos. En este cuento, la escritora mexicana nos presenta a una narradora protagonista que, recién casada, se encuentra en la cocina dispuesta a preparar un trozo de carne para su marido. A medida que la historia avanza, y la carne se descongela, la narradora usa de pretexto la comida y su falta de conocimiento culinario para analizar no solo su futuro como esposa, sino también su pasado como mujer.
Este cuento es absolutamente sensacional, extraordinario, de lo mejor que escribió una de las grandes mentes literarias de la escena mexicana… y la historia no podría ser más simple: una mujer que se dispone a cocinar mientras analiza todo lo que le ha ocurrido para encontrarse ahí en ese momento. Me parece que cualquiera podría sentirse plenamente identificado con un personaje así, especialmente las mujeres mexicanas, por supuesto.
Y, no obstante, no es la historia lo que se queda en la mente del lector años después de leer este cuento. Lo que prevalece en la memoria para la posteridad es la maestría con la que Rosario Castellanos hila la historia de su protagonista con el contexto patriarcal mexicano, mientras a su vez nos muestra el lado más desolador, triste y aterrador de la psique de una mujer abnegada y sumisa que desearía no serlo, pero a la vez entiende que es su única herramienta para sobrevivir en un mundo absolutamente dominado por las fuerzas masculinas. Aquello que provoca el cuento, al final del día, es lo menos importante dentro del documento, pues es solo el pretexto en turno elegido por la autora mexicana para desplegar toda su maestría narrativa y mostrarnos el poderío absoluto de su prosa.
Ese es el “secreto” de los grandes artistas: hacen ver la escritura sencilla, y las historias simples, porque, al fin y al cabo, lo que los hace verdaderamente magistrales va mucho más allá de lo que se ve a simple vista. Lo que hace grande a los artistas es como el amor: invisible para el ojo que mira sin atención.
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