Hablar de los temas difíciles

Por: Alex Haro Díaz

Un sabio escritor dijo alguna vez: “cuando te digan que un libro es o fue prohibido, lo primero que debes hacer es buscarlo y leerlo”. Ya en otra oportunidad, en otra entrada de esta columna, he hablado del morbo detrás de los libros prohibidos; esa especie de aura que los rodea y los dota de un carácter especial y “fantasmagórico”. Hoy, la intención es completamente diferente.

La pregunta que motiva la columna de hoy es, más bien, ¿debería existir libros prohibidos? Y la respuesta corta, y correcta, es no, aunque las razones sean más profundas. Podemos empezar con lo obvio: ¿quién puede llegar a tener la suficiente autoridad como para establecer que una representación artística puede y debe ser prohibida? A excepción de casos tan específicos como difíciles, todo lo demás sonaría a totalitarismo, y la humanidad sabe bien hacia qué derroteros nos puede llevar dicho totalitarismo.

Podríamos argumentar, con gran razón, que las autoridades totalitarias buscan negar la representación de todo aquello que no vaya con sus valores, que atente contra la ideología que, con garras y dientes, tratan de defender. Esto no es, en absoluto nuevo: lo hicieron los romanos, lo repitió la Iglesia Católica y lo hiperexplotó el nazismo alemán.

Sin embargo, al final de cuentas podríamos decir que se tacha de prohibidas a las obras que tratan temas que resultan “incómodos”, piezas de arte que obligan al lector a mirar en una dirección que lo va a hacer sentir “mal”. La Celestina fue prohibida por “pervertir las mentes jóvenes y hablar de las clases sociales más bajas”; Drácula fue censurada por despertar las bajas pasiones y hacer una alegoría constante hacia una sexualidad desfrenada, vaya hipocresía; y Las cuitas del joven Werther hablaban de uno de los mayores pecados: el suicidio.

Haciendo un breve análisis de la historiología literaria, los libros que han sido prohibidos, o al menos la gran mayoría de ellos, hablan de los grandes temas tabús que han existido. Precisamente por esta razón es por la que la mera de prohibir un libro debería ser ridículo. Es decir, los temas complejos, dolorosos, incómodos, o póngale usted, querido lector, el adjetivo que quiera, que tratan estos libros no desaparecerán simplemente por negarlos Todo lo contrario. “Aquello que no sacamos se pudre dentro de nosotros”, reza el viejo dicho popular. Pues lo mismo ocurre con la literatura, la gran representante de la psique humana.

A partir de este punto es posible observar que, incluso, estos libros “prohibidos” no son solo valiosos en sí mismo al abordar temas como la muerte, el dolor, el miedo, etcétera, sino que también son absolutamente necesarios para la construcción del devenir humano.

Estos libros son el vacío del que hablaba Nietzsche; son el terror absoluto del que huimos todos cuando nos encontramos en la etapa de negación ante nuestros problemas, temores e inseguridades. Son el agujero negro donde se concentran las peores facetas de la humanidad. Sin embargo, es necesario confrontar este abismo. Al final, este vacío es, en gran medida, otro de los múltiples espejos en los que debemos reflejar nuestro roto.

¿Leerlos será difícil? Seguramente. ¿Será incómodo? Es bastante probable. ¿Dolerá? Ojalá. En palabras de Kafka: “un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros”.

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