Por: Lilián Arzate
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La cotidianeidad de la vida en tierra mexicana siempre ha despertado un encanto e intriga particular en todo aquel foráneo que impulsado por las imágenes que de México se recogen en el extranjero, se aventura a adentrarse a la realidad mágica de este país.
México, “lugar en el ombligo de la luna”, marea caleidoscópica de colores y rostros. México, tierra de fusión cultural: de lo indígena y lo hispano. México, templo mestizo; espacio de diálogo devoto entre el dios cristiano y los dioses remotos de esta antiquísima tierra. Lo cierto es que nuestro país es un lugar en cuyo imaginario se articulan nociones heredadas del pensamiento racional europeo y creencias antiguas de la cultura indígena.
De tal manera, en esta tierra conviven armoniosamente dos formas, en esencia contrarias, de concebir la existencia humana y su relación con el tiempo y el mundo. Es decir, debido a la naturaleza histórica de México, este país es partícipe de un concepto amplio y maravilloso: el sincretismo cultural.
Tal concepto ha sido tratado por diversos estudiosos, se ha escarbado en su origen y en su desarrollo a lo largo del mundo. No obstante, la riqueza de esa noción radica en que a partir de su enunciación es posible hablar de las distintas realidades que pueden existir en un único espacio territorial. En este sentido, existen diversas manifestaciones y tradiciones de la cultura mexicana en las cuales es posible identificar dicho carácter. Una de ellas, es la tradición del Día de Muertos, la cual está dedicada a honrar a los seres difuntos durante los dos primeros días de noviembre.
Las siguientes líneas están impulsadas por un pensamiento que ha venido inquietando a quien escribe estas palabras. Se trata de la necesidad de escarbar en las raíces del Día de Muertos para poder definir esta festividad a partir de un concepto propio de las manifestaciones literarias: el Realismo Mágico. Lo anterior puesto que dicha categoría estética podría describir lo particular de esta tradición mexicana.
Por lo anterior, primero se realizará un breve recorrido histórico de esta tradición para comprender su importancia en la constitución del imaginario mexicano de nuestros días. Finalmente, al abordar este tema, se hará una articulación entre las características que la literatura del Realismo Mágico comparte con los rasgos fundamentales de la celebración del Día de Muertos.

Esta celebración forma parte de un amplio legado cultural que no sólo trasciende en lo local sino también en lo internacional. No es gratuito que la suma de nuestro patrimonio cultural y natural mantengan a México en el séptimo lugar de la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, una lista en la que participan más de cien países. De esta forma, el Día de Muertos es una tradición que por su profunda significación el 7 de noviembre de 2003 comenzó a formar parte de la lista del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, con el objetivo de que este legado se mantenga vivo para las generaciones venideras.
Sin embargo, más allá de conocer el papel que esta tradición tiene a nivel internacional, lo que nos motiva es ahondar en cómo esta celebración deja al descubierto la esencia de lo mexicano. Para lo anterior, resulta imprescindible hablar del origen y de lo característico de esta festividad.
Sobre el origen de la celebración del Día de Muertos en México se han realizado diversas investigaciones. En todas ellas, queda claro que esta tradición recoge características de tres antiguas celebraciones, una de origen indígena y dos de origen europeo.
En la antigua celebración azteca, los elementos que formaban parte de los rituales eran las calaveras, las cuales se guardaban como trofeos a lo largo de todo el año para, en la época señalada, ofrecerlas como alimento al otro mundo. Esto, en respuesta a su propio imaginario, en el cual concebían al tiempo y a la muerte, como una continuación más allá de la vida. A diferencia de la cosmovisión cristiana, los antiguos indígenas concebían al tiempo como una repetición. Es decir, el tiempo se reciclaba a través de distintos ciclos, lo cual ayudaba a que la tierra se nutriera en cada cosecha, para ayudar a esta continuación, honraban a diversas fuerzas a partir de diversos rituales con los que nutrían a la tierra para perpetuar los ciclos del tiempo y de la muerte. Una creencia fundamental en el imaginario de los aztecas era que el hombre era un intermediario entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos y que ambos mundos se hallaban en constante diálogo, asimismo, creían que eran responsables de la conservación del orden cosmológico.
De acuerdo a la investigación: “El antiguo festival céltico pagano de Samain y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el día de los difuntos cristiano y el día de muertos en México” de Manuel Alberro, la antigua celebración azteca “era celebrada con danzas, música, ofrendas de chocolate, diversas clases de comida y bebida, y el alumbrado con velas para honrar a los muertos” (Alberro, 2004).
De esta forma, es posible observar en la moderna celebración de Día de Muertos algunos elementos de la celebración azteca. No obstante, esta tradición recoge también algunos rasgos del Día de los Difuntos y el Día de Todos los Santos cristianos, al mismo tiempo que del Samain céltico. Debido a los procesos de sincretismo cultural que se pueden observar en el desarrollo histórico de México, es natural que nuestras tradiciones se nutran no sólo de antiguas creencias indígenas sino también de las llegadas de Europa.
Cuando los españoles llegaron a lo que actualmente conocemos como México, se encontraron con una cultura que en esencia contradecía su imaginario basado fundamentalmente en la cristiandad. Así, además de todos los eventos bélicos, también se encontraron con una cultura que celebraba y honraba a la muerte. Y aunque durante el proceso de evangelización buscaron eliminar esta práctica, a sus ojos pagana, esta tradición era tan importante para los indígenas que no tuvieron más remedio que asumirla. Es por ello que las autoridades religiosas de esa época de encuentros culturales establecieron una pauta, en específico, la de Gregorio I, en la cual se indicó que todas esas prácticas debían ser adaptadas al uso cristiano. De este modo, se determinó que tales festividades indígenas coincidieran con el Día de Todos los Santos, dedicado a los niños difuntos, y el Día de los Difuntos, dedicado a los adultos. Ya en España, en esa tradición se encendían velas, se disponían jarrones con agua y alimentos como pan y vino para saciar a los difuntos. Por lo anterior, las fiestas de la Iglesia tuvieron que fecharse de modo que coincidieran con los días sagrados indígenas.

De la misma manera, tal situación coincidió también con una antigua creencia céltica que la religión cristiana había tenido que asumir, al igual que con la tradición azteca: la festividad de Samain, la cual de acuerdo a diversos historiadores se celebra anualmente como una comunión con los espíritus de los difuntos la noche del 21 de octubre, en los principales países célticos: Irlanda, Gales y Escocia. Para estas culturas, “Samain era un importante festival dentro del calendario precristiano céltico con orígenes muy anteriores a la Edad del Hierro” (Alberro, 2004).
Como consecuencia a lo anterior, observamos que estas antiguas creencias han sobrevivido a través de los años no sólo en México sino en diversas partes del mundo.
Pero, ¿cómo se vive la celebración del Día de Muertos en la actualidad y de qué manera esta celebración habla de la realidad mexicana contemporánea?
El desarrollo del Día de Muertos puede resumirse en las siguientes líneas: el primer día de ritual está dedicado a recibir a los niños difuntos; el segundo día, se recuerda a los adultos fallecidos. Muchas familias suelen pasar la noche de estos días en los cementerios en donde sus seres queridos reposan para llevar la ofrenda que prepararon para ellos. Lo anterior, puesto que en la tradición indígena del Día de Muertos existía la creencia de que, al caer el sol, el portal del otro mundo se abriría para que los difuntos pudieran visitar el mundo de los vivos. Asimismo, esta tradición coincide, intencionalmente, con el final del ciclo anual del maíz, el cual se ha celebrado desde la época prehispánica.
La celebración del Día de Muertos que hoy en día se lleva a cabo en el país, significa no sólo un ritual de retorno al mundo de los vivos sino un motivo de encuentro comunitario. Una de las actividades más relevantes de esta festividad es la tradicional ofrenda que puede apreciarse en esta fecha en gran parte de los hogares mexicanos, en donde se disponen distintos alimentos que los difuntos solían degustar; además de veladoras, flores, fotografías y objetos que pertenecían a los seres recordados. Del mismo modo, a lo largo de todo el país se realizan grandes ofrendas repletas de color, aroma y luz, en donde participa toda la comunidad para su realización. Esta fecha también se ha convertido en motivo de desfiles y ferias.
Es así que en el desarrollo de Día de Muertos participan no sólo quienes creen fielmente en el significado remoto de estos días sino también aquellos que participan por la experiencia y la magia de esta celebración, motivo por el cual esta tradición se ha convertido también en un punto de encuentro turístico pues supone una época de fiesta y de encuentro nacional, en donde es posible visibilizar los rasgos fundamentales para conocer la cultura mexicana. Una cultura fundamentalmente mestiza, en cuya realidad dialogan constantemente dos formas distintas de concebir al mundo: la primera, la que posibilita el cruce de mundos y la segunda, la que responde a los valores cristianos. En respuesta a lo anterior, puede decirse entonces que la realidad mexicana oscila entre la magia y la razón, situación evidente incluso en esta tradición: el Día de Muertos.
Ahora, en la literatura existe un concepto que resulta apropiado para nombrar la cualidad de esta tradición, se trata del Realismo Mágico. Esta noción corresponde a uno de los movimientos literarios más sobresalientes del siglo XX, en el cual mito e historia se enlazan para construir al sujeto de su narrativa.
Empero, ¿cuál es la relación entre esta categoría literaria y la tradición del Día de Muertos? Para llegar a generar una respuesta, primero es necesario definir al Realismo Mágico.
Esta categoría estética surge dentro del marco de la narrativa hispanoamericana del siglo XX con la finalidad de poder nombrar y conceptuar las cualidades de un tipo específico de literatura que escarba en la identidad de las distintas naciones hispanoamericanas; a partir de simbolizaciones y recursos narrativos que irrumpen con una concepción realista del mundo, con el fin de poder representar la verdadera realidad de estas tierras.
Dicho movimiento fue nutrido, principalmente, por las obras de autores como: Juan Rulfo, Miguel Ángel Asturias, Augusto Roa Bastos o Alejo Carpentier. Se trata de una categoría estética en la cual “aquellos autores a quienes más comúnmente se les denomina como magicorrealistas, cultivan una temática que enfoca insistentemente la realidad americana a través de sus mitos y de su naturaleza primigenia” (Mena, 1975:407).
Así, la narrativa del Realismo Mágico se sumerge en la exteriorización de una realidad exótica que supone la existencia de una realidad mágica cuyas dimensiones son míticas. En tal sentido, esa característica vive en la conciencia de quienes la observan, de acuerdo a sus tradiciones, a su cultura y a las distintas creencias que en ellos se articulan. La literatura del Realismo Mágico muestra entonces una realidad que recoge los aspectos míticos y mágicos de las diversas culturas hispanoamericanas. En este sentido, en su quehacer configura narraciones que a partir de diferentes simbolizaciones devela la auténtica realidad hispanoamericana: la del sincretismo cultural, noción que nos debe remontar al inicio de este texto.
Tras lo anterior, es posible hablar de la relación que existe entre una tradición viva y un concepto de la literatura.
De este modo, la tradición del Día de Muertos supone un evento importante dentro del calendario de festividades mexicanas pues esta fecha recuerda no sólo a los difuntos sino a un complejo proceso de sincretismo cultural. Es decir, esta antiquísima tradición es parte de la conciencia colectiva de la cultura mexicana, una conciencia en la coexisten creencias míticas y modernas. ¿Y qué es sino eso, lo característico de la literatura del Realismo Mágico? En la tradición mexicana que honra a los seres difuntos, se observan algunos rasgos heredados tanto del imaginario indígena como del europeo, empezando por el culto a la muerte, y la creencia en que el mundo de los muertos dialoga con el mundo de los vivos en una fecha específica y para lo cual, las familias mexicanas representan años tras año un ritual milenario con el fin de posibilitar dicho diálogo, a la vez que asisten a los panteones de herencia cristiana, encienden veladoras a santos mientras degustan platillos de aquí y de allá; y asisten a los eventos contemporáneos alusivos a esta festividad.
Nuevamente, ¿no es eso, acaso, un rasgo característico del Realismo Mágico? Es decir, en la comunidad mexicana, tal cual lo harían los personajes en la ficción, revivimos y vivimos en torno a creencias míticas que aun en la actualidad tienen una significación auténtica, de modo que esto configura la esencia de nuestra realidad cultural: una realidad extensa, mágica y universal a la vez.
De tal forma, con la celebración del Día de Muertos se configura y reconfigura el imaginario mexicano. Un imaginario edificado en el ‘entre’, en el centro de dos grandes imaginarios milenarios que se encararon uno con otro y que aportaron su rastro identitario a ese fruto nacido de un doloroso encuentro: el México de hoy.
Es por ello que esta festividad que hoy es posible reconocer como símbolo nacional y motivo de algarabía, puede ser entendida como un discurso vivo del Realismo Mágico, al representar a partir de distintas simbolizaciones la realidad exótica y mestiza de la cultura mexicana.
Referencias
Alberro, Manuel (2004). “El antiguo festival céltico pagano de Samain y su continuación en la fiesta laica de Halloween, el día de los difuntos cristiano y el día de muertos en México”. Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades; pp. 5-12.
Mena Lucila, Inés (1975). “Hacia una formulación teórica del realismo mágico”. Bulletin Hispanique (77); no. 34; pp. 395- 407. Recuperado desde: https://doi.org/10.3406/hispa.1975.4185
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