
El pasado domingo 28 de agosto tuve la maravillosa oportunidad de presentar, en la FILEM 2022, al extraordinario escritor mexicano Jaime Alfonso Sandoval y su fantástica colección de libros “Mundo Umbrío”. Al hablar con él, le una pregunta acerca de la dificultad que conlleva no solo la creación de un universo “nuevo”, cuestión que lleva a cabo Jaime en su obra, sino la capacidad de transmitir el equilibrio y armonía necesarios para ese mundo, en un intento complejo y demandante de darle todo el sentido posible. Su respuesta sirve de inspiración para esta breve reflexión/columna. Palabras más, palabras menos, él respondió: “quiero darles a mis lectores un producto bien hecho. Si lo comparara con la comida, diría que es como darles a probar un alimento rico en sabor sin dejar de ser nutritivo”.
¡Qué fácil suena, pero qué complejo resulta! Jaime platicó en la presentación, misma que pueden encontrar en la página de Facebook de Publicaciones Universitarias UAEMex, que la construcción del Mundo Umbrío le llevó años de investigación, escritura, lectura y reescritura. Hizo especial énfasis en el esfuerzo que representó cuidar que cada detalle sobre profecías y oráculos concordaran a lo largo de los tres tomos que componen la obra, hasta ahora.
Espero no sonar egocéntrico al decirlo, pero, al leer esta obra como escritor, resulta evidente e innegable todo el esfuerzo del que Jaime habló. Gracias a los años de lecturas y páginas escritas que llevo a cuestas, esos pequeños detalles, esas diminutas pistas que muestran el cuidadoso trabajo que llevó a cabo el autor a lo largo de toda su obra. La colección “Mundo Umbrío” resulta, a los ojos de cualquier lector, un gran texto que ha sido cuidado en todos los maravillosos pasos de su proceso de gestación.
Dicha respuesta, y el notable esfuerzo que se aprecia tan pronto como uno se adentra a la historia de Lina y su familia nosferatu, solo acrecentó mi respeto y admiración que sentía por este autor mexicano. A veces, como “consumidores” artísticos, más que como público, olvidamos que detrás de cada obra siempre hay, por lo menos, una persona que “debería” estar dejando el alma para llevar su mensaje hasta nuestros ojos u oídos. Lo mínimo que podríamos hacer, como lectores responsables, es darle crédito a quienes respetan y cuidan la profesión con el profesionalismo y esfuerzo con que Jaime lo hizo.
En resumen, podríamos concentrar el mensaje de esta pequeña columna/reflexión con una frase célebre que alcancé a escuchar alguna vez en mi pueblo natal: “para apreciar el oficio hay que saber, aunque sea un poquito, de él”.
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