
Generalmente, asociamos la lectura con un proceso tranquilo, reflexivo y solitario. Digo, no es de a gratis que el estereotipo “único y diferente” de la lectura sea disfrutar de un buen libro y un café en una tarde lluviosa, con todos los chistes que eso implica. Es más, durante muchos años se ha utilizado a la lectura como una estrategia “poderosa” para tranquilizar al niño o adolescente molesto y escandaloso, convirtiendo a la literatura en un vulgar sedante.
Sin embargo, cada vez que limitamos a la lectura a este estereotipo simplón olvidamos que, como toda creación cultural, el arte es una conversación entre, al menos, el artista, la obra y el espectador. Y, como en todo intercambio lingüístico, siempre es posible agregar a más participantes, involucrar a más personas.
El ejemplo perfecto es el club de lectura, y la idea detrás de su origen no podría ser más simple: “mira, estamos leyendo el mismo libro. Vamos a terminarlo juntos y platicamos de él”. No obstante, y como la vida se encarga de confirmarlo en repetidas ocasiones, a veces las ideas más sencillas son las más efectivas. Este, sin lugar a dudas, es el caso.
Por medio de un club de lectura, es posible eliminar varios aspectos y estereotipos negativos que se dicen alrededor de la literatura. En primer lugar, se elimina la idea ridícula de que “a nadie le gusta leer”. Si bien los lectores no son tan comunes como nos gustaría, también caeríamos en una exageración alarmante si afirmáramos que, efectivamente, solo una parte ínfima de la población gusta de leer.
En segundo lugar, abolimos la obligatoriedad de pensar y leer solos. Esto, por sí mismo, es ridículo. Pues, como bien nos ha mostrado la filosofía, es por medio del diálogo que las ideas nacen, crecen, se alimentan y, con suerte, se reproducen y multiplican.
Finalmente, y como si fuese un “bonus”, a través de estos clubes es posible acercar a individuos que, de otra manera, jamás habrían llevado su diálogo con la obra más allá de las paredes de su habitación. Estas reuniones pueden propiciar la socialización entre individuos que, si no fuera por el libro, nunca habrían conectado.
En un mundo donde la lectura y el pensamiento crítico y reflexivo está cada vez más ausente, la respuesta a muchos de nuestros problemas podría estar a la vuelta de la esquina. Quizá, como en la propia lectura, la solución consiste en poner atención a los pequeños detalles. Y, si alguien ha entrenado su ojo y mente para dicha tarea, son los lectores. De eso estoy seguro.
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