
Generalmente, es común escuchar el prejuicio o estereotipo de que los estudiantes y profesionistas de las áreas de artes y humanidades son personas “raras”. Entiéndase por “raro” a un sujeto vestido de forma poco elegante, peleado con el gobierno, con estilo hippie y actitud irreverente. Si bien yo mismo he estado siempre en contra de esta idea, y he defendido a capa y espada que se trata, solamente, de una forma más de demeritar la labor del humanista, este prejuicio puede encerrar un trasfondo “medianamente” positivo. Me explicaré.
Los artistas tienen que ser rebeldes, al menos en una faceta de su vida, pero tienen que serlo. No les queda otra opción, no encontrarán jamás el derecho a optar por otra solución ni hallar un camino diferente. Repito: deben ser rebeldes. Pero, por fortuna para ellos, la mayoría nacen con esta característica, que en mi pueblo llamarían “contreras”, como si los hados del destino lo hubiesen decidido desde el inicio de los tiempos.
Piénsalo por un momento, querido lector, ¿qué otra opción les queda? ¿Qué no es, acaso, la labor de un artista señalar, con toda la dureza y gracia que le caracteriza, los males de su sociedad y de su tiempo? Sí, ¿no? Dudo ampliamente que alguien se oponga a esta idea. El artista debe ser el paria que, desde abajo, irónicamente, observe todo el universo frente a él. El artista es como el fabricante de lentes que se encarga de fabricar las micas adecuadas para que todos los demás podamos ver y entender su sufrimiento.
Un artista sumiso jamás lograría eso. Ese “artista” que sirve a las altas clases sociales, que sonríe para las fotos con la falta de vergüenza característica de los políticos, y que luego, tan calmo y tranquilo, va a su casa a jugar al creador no representa el espíritu de rebeldía con el que los artistas fueron creados.
Un verdadero artista, el rebelde, no puede ser parte de la cofradía de los problemas que, más tarde, irá a criticar y deshacer con toda la fuerza que le permita su genio. Sería una traición para sí mismo. Y, por extraño que suene, un rebelde de corazón jamás se convierte en un traidor, le es fiel siempre a sus principios.
Bendita maldición de los artistas… que la rebeldía sea la luz y la oscuridad de sus vidas.
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